6 de noviembre de 2005

Cazar Fantasmas



El domingo pasado, según entiendo, fueron detenidos seis militantes juveniles del Partido Primero Justicia. Se les detuvo en el momento en que colocaban propaganda electoral (era el primer día de campaña) y, luego, se les imputó el delito de instigación al odio, por el contenido de ese material de propaganda.

He estado toda la semana a la espera de escribir este post, pero no quería adelantarme sin antes ver de qué iba la cosa. Hoy, al fin, he visto una declaración del Ministro de Interior de Justicia, el astuto Chacón (apellido que rima, naturalmente, con Sherlock Holmes).

Sobrio, enfático, Chacón muestra ante las cámaras dos afiches con imagénes de fantasmitas. No logré ver muy bien de qué iba el primero, pero pude detallar el segundo afiche. Era, ni más ni menos, la imagen de un fantasma con una boina roja, la misma que deben usar (y en efecto, utilizan) las brigadas de paracaidistas del ejército nacional y que, luego, han pasado a formar parte de la iconografía militarista, típica del partido de gobierno. Abajo se leía: TSJ. Es decir: Tribunal Supremo de Justicia.

Esa, entonces, es la prueba irrefutable de la instigación al odio.

Una prueba discutible y complicada, realmente, si se considera que somos en realidad cientos de personas quienes pensamos que el Tribunal Supremo de Justicia de este país es, ni más ni menos, una institución con ribetes de legalidad que responde directamenteal lineamiento político del partido de gobierno.

Será que es instigador pensar eso cuando, después de todo, la designación de magistrados ocurrió sólo por la mayoría de votos del chavismo, cuando algunos de los magistrados electos han sido militantes del movimiento quinta república o han llegado allí después de discutibles gestiones que han favorecido ampliamente los intereses políticos del gobierno?

No creo que por allí pueda ir la cosa. Menos, que por tales caminos pueda encontrarse una verdadera alternativa democrática.

Veo, en cambio, que se trata de otro episodio estrepitoso en el que el poder que otorga detentar el control del estado debe lidiar con el irónico sentido de la convencionalidad, la represión, el control social enérgico, a la vez que se proclama por todo el mundo la supuesta bondad de una hipotética revolución.