19 de noviembre de 2005

Esperando a Godot, en Caracas


Esto es casi una crónica costumbrista, (aunque no hay caballos, aunque no existe ninguna carreta que se pierda en la distancia de un camino de tierra), pero es preciso decir en algún lugar que esta semana de lluvias en Caracas ha sido poco menos que un diminuto círculo infernal, un recurso del horror sentado frente a un volante, mirando el recorrido monótono del parabrisas en una negación repetitiva que parece decir: "no, no llegarás jamás. Ithaca es esto".

Un trayecto que, en solitario, podría demorar unos veinte minutos y que en el día a día del embotellamiento ronda los 45 minutos se ha convertido, en esta semana, en un suplicio de dos horas largas y extenuadas. En un elefante que rompe citas programadas, que construye un muro de hormigón contra ese espacio tórrido y palpitante que es la casa, la voz de tu esposa desde la cocina, el sonido adormecido de una canción, el recorrido de la mirada sobre la superficie de un libro que te espera.

Naturalmente, sirve de poco el recuerdo del monólogo de Ana Isabel viendo llover en Macondo o como sea que se llame ese cuento para mitigar el vacío de las horas perdidas, la amenaza de los truenos. Sirve de poco la imaginación de un lugar en el Caribe donde a esa hora existe una playa oscurecida, una luna que lo ilumina todo.

No cabe duda: habrá quien la pase peor. El mundo, después de todo, no es una pera en dulce. Pero tampoco es preciso levantar manifiestos a cada paso. A veces, uno se queja en voz baja. Y con eso, basta.

El motivo de todo ese drama es pérfido, sencillo, vagamente idiota: Caracas tiene más carros que los que soporta su sistema vial. Caracas tiene un sistema de drenage pésimo que, cuando llueve, hace llave con el exceso de circulación. Entonces, Caracas colapsa.

En el mes de Octubre, la alcaldía de Baruta implementó un plan de parada que llamó Pico y Placa y que consistía, esencialmente, en un sistema que no permitía, según el número de matrícula, el uso de las dos vías fundamentales del Sureste de la ciudad en unas pocas horas de la mañana, una vez a la semana. No es que fuese gran cosa, pero al menos fue algo. En todo caso, en las dos semanas en que se probó el plan logré registrar tiempos razonables de desplazamiento, existió por un momento un destello de pálida esperanza.

El plan, sin embargo, acabó encontrándose con el descrédito natural de los oficiales de gobierno. (Incluso creo recordar una Cacatua inefable sosteniendo no recuerdo qué supuesta violación constitucional). Hasta allí llegó.

Hoy, leo una nota en internet donde el antiguo profesor de comunicación social, Juan Barreto, ahora devenido en filosófico Alcalde Mayor, discute la necesidad de acciones coordinadas, pues descubre, con exquisita brillantez, que Caracas es un sistema integrado que requiere respuestas integradas.

Barreto se pregunta:

¿Qué haremos con el tráfico que viene de la carretera de Oriente o que proviene de Guarenas? ¿Qué vamos a hacer con el tráfico que viene por la Autopista Regional del Centro o la carretera El Valle-Coche? ¿No vamosa permitir que entren los números de determinadas placas en horas específicas?

Preguntas urgentes, desesperadas. Preguntas dolorosas, quizá, que emergen al tiempo que debe discutir la pertinencia histórica del nombre de la ciudad, o quizá del imperativo de rescatar las desaparecidas lenguas indígenes que, alguna vez, fueron voces corrientes en la comarca.

No es preciso ser demasiado suspicaz para conocer la respuesta: no haremos nada diferente a lo que hemos venido haciendo. No haremos otra cosa que no sea discutir la constitucionalidad de la medida, el análisis del ente autónomo de tránsito que, siguiendo el reglamento pertinente, habría de ocuparse de regir el destino último de la vialidad urbana, no haremos otra cosa que componer un articulado sobre los colores de los carros que circulan cada día, sobre la urgente necesidad de la unión de los pueblos, sobre el efecto nocivo de los carburantes, sobre la malignidad de cierta ensambladora que, en su momento, participó en el inhumano golpe de estado fascista y terrorista contra nuestro Líder Máximo. En fin, no haremos nada.

Entre tanto, sólo queda esperar a Godot. Esperarlo en mitad del embotellamiento lluvioso de Caracas.

La imagen que aparece al inicio de post es propiedad de Luis Márquez y forma parte de una serie de hermosas fotografías de la Ciudad de Caracas. Su página puede ser visitada justo Aquí