4 de diciembre de 2005

Moscas


Leo, entre bostezos, las declaraciones del ladino Defensor del Pueblo, del elusivo Fiscal General de la República, del Vice Presidente de la Asamble Nacional: el incivil diputado Pedro Carreño.

No consigo, en ellas, ningún motivo para alegrarme por la desesperación que no parecen tener, por la locura que les inspira, que no les duele. No encuentro otra cosa que el movimiento inmensamente esquemático del rol que juegan, que segurián jugando después de esta tragedia opositora de no elegir nada, de no ganar nada, de estar al límite de perderlo todo. Leo sus declaraciones y no veo otra cosa que el vuelo de tres moscas grandes, pesadas.

El Defensor del pueblo (es un eufemismo, desde luego) explica por VTV que él votó con papelitos, con tarjetón, ahora con máquinas. Explica que él cree que la democracia sólo se renueva con las elecciones. Sugiere que él está satisfecho, que todo está bien. Insiste --pues después de todo él se siente defensor de algo--, que quedaría muy mal que él no respetase el derecho de los cuatro mil y tantas personas que soñadoramente se postularon para las elecciones de diputados. Concluye que los derechos que no se ejercen, son derechos que se pierden. Nos induce a pensar que él está pilas, que él sí defiende la cosa.

En otro país, en otro tiempo, habría sido un alivio escuchar a un defensor del pueblo expresar algún tipo de preocupación ante el hecho de que un buen número de ciudadanos descree con motivos razonables (o incluso, sin ellos, si ese fuese el caso), del sistema de votación impuesto por un poder electoral donde la casi totalidad de los miembros tiene alguna lealtad directa con el partido de gobierno.

Habría estado bien escuchar una comprensible preocupación ante la tragedia ciudadana de despertar, mañana, con un solo bloque legislativo que expresa la más ferviente y fanática adhesión ante un teniente coronel que apenas doce años atrás estaba preso por dar un golpe de estado.

Habría sido bueno. Pero es algo que no tenemos, que jamás tendremos. El defensor del pueblo es un cuadro del gobierno. El defensor del pueblo entiende que decir Gobierno es Decir Estado. Él duerme tranquilo. Presumiblemente engorda.

Uno lee las declaraciones de un Fiscal que, de entrada, no parece ser un mal tipo. (Neurótico, prendido de algo de la mala fe en su sentido sartreano: la mentira que no sabe que es mentira. Incompetente, quizá. Pero no un mal tipo). El Fiscal aparece indicando que a él le parece que como que sí hay gentecita. Que como que sí están votando un poquito más que en las elecciones de Juntas Parroquiales de Agosto. El Fiscal se anima.

Uno lee a ese renegado de la Salud Mental, a ese paria de la inteligencia que es el incivil diputado Carreño quien en su momento detectó el modo como la señal por cable espiaba a los ciudadanos en sus dormitorios y quien ahora aparece para decir, con sorna, que a partir de hoy la oposición está muerta. Entonces uno se pregunta qué puede tener esa noticia de triunfal, de buena. Cómo el diputado Carreño puede comprenderse a sí mismo como miembro de un parlamento que es, o debería ser, el lugar del debate y la diferencia después de semejante tragedia. La noticia, curiosamente, es apenas un lacónico comunicado de la Agencia Bolivariana de Noticia. La supuesta agencia de noticias de la Nación, aunque su tónica deja claro que la nación es sólo un modo de decir el gobierno.

Uno no consigue mucho más en la otra acera. Uno escucha las declaraciones que durante toda la semana han aparecido por parte de lo que, por desdicha, es el liderazgo opositor y no sabe si llorar o no con tanto sentido del absurdo, del irracional triunfalismo que denota. Por allí se lee, incluso, el cándido exceso de decir que es preciso "administrar la victoria", como si en realidad estuviésemos ganando algo de todo esto a no ser un gobierno más guapetón, más cínico, más poderoso.

No deja de ser revelador los comentarios que los eufóricos lectores de Noticiero Digital apuntan al realista artículo que el día de hoy escribe Luis Vicente León.

Más moscas.

Una tragedia. Aún cuando sea, quizá, la única cosa posible.

Creo que existe una frase de Alberto Barrera Tyszka en su artículo para El Nacional de hoy domingo, que lo expresa todo, o casi todo: estamos jodidos.