17 de enero de 2006

Mejor no ayude compadre (1)


Crecí con un papá que me explicaba cómo y por qué la religión era el opio del pueblo. Una mamá desprovista de casi cualquier género de interés religioso (a no ser el cumplir de tanto en tanto, y con desgano, con uno que otro rito), un abuelo volteariano para quien la única esperanza religiosa consistía en tener cinco o diez minutos antes de morir, pensar en Dios, resolver uno que otro tema de conciencia y después esperar a ver qué pasaba.

En fin, la religión no fue jamás un tema relevante en mi vida. O lo fue, quizá, en la medida en que comencé a leer literatura marxista, retar a la figura del padre y perderme en la paradójica floresta de una que otra antigua novia comunista incomprensiblemente católicas en sus ardorosas defensas de la virginidad y que, con los años, acabarían por adquirir unas prósperas vidas capitalalistas estilizadas con CDs de Silvio Rodríguez, pegatinas del Ché, vacijitas indígenas y flacas muchachitas del interior como empleadas de servicio.

Quizá pueda no interesarme mucho el asunto católico, pero aún así conozco uno que otro cura cuyo trabajo admiro por el sólo hecho de serles útiles a otras personas sin la fastidiosa grandilocuencia de los demagogos de turno. Con eso me basta para tenerles respeto.

Por eso, no tengo nada o casi nada qué decir sobre el discurso del cardenal Castillo Lara que no sea, quizá, lamentar lo mal que estamos para que un viejito anacrónico y quizá hasta algo senil sea, de pronto, la única referencia discursiva con una parrafada tan inocua y estreñida que no cambia para nada el drama de un país y que, sin embargo, debió hacerle pasar un susto a más de una viejita con problemas cardiopáticos.

Para nada: sólo para hacer sonar una que otra lata vacía, para que ciertos opositores desagradables y con dificultades para aprender se crean a las puertas de un cambio trascendente, sólo para que funcionarios pagados y esquemáticos como el recientemente despedido embajador en México, Vladimir Villegas, escriban articulitos sobre una supuesta tendencia satánica de la jerarquía católica, con comentarios del tipo: "francamente asociada a la desestabilización y a la promoción del odio". O lo que es lo mismo: casi la terrible amenaza de los escuadrones de monjitas robóticas pagadas por la CIA. Las muy monjitas.

Juan Carlos Chirinos tiene un inteligente post sobre el asunto en su blog. Allí también hay enlaces, en caso de que alguien quiera ver el video y el discurso cuya crítica, (según la mirada de uno que otro articulista delirante de oposición), acaba de hundir para siempre las posibilidades de una de las pocas alternativas electorales razonable para salir de este tremedal bolivarianista y folklórico.