21 de enero de 2006

Pequeñas Soberbias


Los números dan para todo. Pero en los archivos públicos del Consejo Nacional Electoral (éste y todos los anteriores, no me refiero a una teoría del complot) siempre han dado para algo más que curioso: para preferir la prensentación de resultados en base a un 100% de votantes de facto, es decir, quienes efectivamente votaron por alguien, desdeñando la totalidad del universo electoral.

El motivo debe ser simple y esperanzado: esa modalidad de presentación infla, invariablemente, el porcentaje de la fantasía de participación democrática, esa otra cigüena que viene de París.

Así las cosas, aquí unas cuentas un poco menos infladas para comenzar esta hermosa mañana junto al canto entusiasta de uno que otro pajarito. Las cuentas donde consideramos, (con sorpresa y desconcierto, aunque debería ser algo obvio), a los tenaces seguidores de una de las principales fuerzas políticas de la nación: la digna Señora Abstención Martínez, una viejita silenciosa, de profesión modista.

Año 1998 (Población Electoral: 11.013.020 almas de Dios)
Teniente Coronel Hugo Chávez, con 20 kilos menos y la organización de tres piñatas, una fiesta sorpresa y un golpe de Estado como únicas cartas de presentación: 3.673.685 (33,35%).
Más cercano y prescindible Contricante: 2.613.161 (23,7%)
Resto de los bodrios: 250.458 (me aburre sacar ese porcentaje, pero es apenas una cosita mínima)
Abstención Martínez, sólida y digna: 4.013.622 (36,5%)

Esa vez, el Teniente Coronel sacó, de lejos, el primer lugar, pero si la buena señora Abstención Martínez (o sus activistas silenciosos) se les hubiese ocurrido reclamar lo suyo, la buena matrona habría sido presidenta con una diferencia porcentual del 3%.

Dos años después, cuando el teniente Coronel decidió que debía ser reelecto, después de los cambios a la constitución, ocurrió algo aún peor. Fue esto:

Año 200 (Población electoral: unos cien mil más que la anterior)
Teniente Coronel Hugo Chávez, con sus primeros 10 kilos y su primera colección de Rolex y Bulova, pero nostálgico de su viejo y fiel Volkswagen chocado: 3.757.773 (31,8%)
Más cercano rival (quien ahora es un diminuto y prescindible articulista a destajo a favor del gobierno): 2.359.459 (20,02%)
Tercer rival, el Eterno Candidato a Alcalde: 171.346 votos (igual, me da fastidio sacar ese porcentaje)
Abstención Martínez: 8.569.691 (72,71%), es decir, el doble de las elecciones anteriores. Ganadora de lejos.

Llegamos al referendum revocatorio presidencial y hacemos, por pudor, un pequeño acto de Fe. El acto de Fe consiste en creer en que los resultados son enteramente válidos:

Referendum 2003(Población Electoral: 14.037.900 almas)
Teniente Coronel Hugo Chávez, ya desesperadamente rechoncho y barrigón: 5.800.629 (59,09%)
Voto Opositor: 3.989.008 (40,63%)
Abstención Martínez, hierática: 4.222.269 (30,08%)


Si se compara con la última votación del 2000, el Teniente Coronel Chávez subió en 2.042.856 votos en tanto que el voto opositor lo hizo en una tendencia razonablemente análoga: 1.458.203. La diferencia del crecimiento se ubicó, entonces, en apenas 500.000 votos. La única que sale perdiendo esta vez es Abstención Martínez quien por primera vez no aparece de primera. He ahí, precisamente, el dilema.

Uno de los más desesperados encantos de la democracia es que cada quien puede (o debería poder) decir las tonterías que se le ocurran. Estas, modestamente, son las mías.

Puesto que parece obvio que el voto pro-Teniente Coronel Vs. Opositor es un voto bastante polarizado. Puesto que además resulta obvio que arrancamos un año electoral que es y será naturalmente desagradable e intenso, uno podría decir (con el pudor de decir lo obvio) que cualquier posibilidad de obtener algún resultado electoral que permita tener otro presidente pasa, por fuerza, por conseguir que los nuevos votantes y el grueso abstencionista coloque su voto del lado de una de las dos fuerzas (como lógicamente ha comenzado a hacer el Team Demagogía del Teniente Coronel cuando se promete lograr, comprar o inventar 10 millones de votos).

No sé cómo se logra eso. No tengo por qué saberlo, además. Lo que sí tengo absolutamente seguro es que el la posibilidad de lograrlo no pasa, ni de lejos, por intentar convencer a la oposición más dura y visible, es decir, gente como los fanáticos opositores que dejan sus desesperados comentarios en los foros de noticierodigital, aquellos que están absolutamente seguros de la necesidad de un adversario tan loco y rabioso como ellos mismos, porque no tienen la capacidad de notar que su principal virtud política no está en oponerse, sino en perseverar.

Opositores quienes en su buena o mala fe, en la templaza del optimismo, suponen que la mejor manera de oponerse consiste en inflar el ánimo, el fervor, pero, ni de lejos, son remotamente capaces de comprender que el mensaje fervoroso, por duro o injusto que sea, no ha sido ni remotamente capaz de alentar a unos cinco o seis millones de personas que jamás se han movido de su casas un día de elecciones y para quienes no existe (por exclusión, por desesperanza, por cinismo, por estupidez, por sabiduría, por pragmatismo, yo qué se) ningún motivo para tener algo en qué creer.

En fin, los seguidores de Abstención Martínez. Esa mayoría (o casi mayoría) silenciosa. Ese misterio.

Es por eso que el mejor candidato opositor no será, ni de vaina, el más intenso. Y si lo es, uno podría dar por seguro que perderemos. El mejor candidato opositor será el que pueda conseguir los votos de los displicentes seguidores de Abstención Martínez.

No soy un analista político. Es un oficio que me aburre y no comprendo. Soy, apenas, un modesto representante de una minoría empírica: la que no ha logrado por ningún medio tener otro gobierno.

Aún así existo y no veo por qué no puedo hacer un pronóstico. Es este: Más allá de toda apariencia, estas elecciones no serán, ni de broma, las elecciones de los convencidos: serán las elecciones de los excluidos de siempre. Pero también de los aburridos, de los cínicos, de los pragmáticos, de los que no les importa nada. Estas elecciones serán las elecciones del promedio. Del mediocre promedio en el cual se funda, después de todo, el arreglo de fondo que sostiene toda democracia.

Lo demás son pequeñas soberbias, Fe, admiración por lo valiente o justo o hermoso que es ser uno mismo.

Imagen del post: Ana Von Rebeur