Resaca
Es una tontería, naturalmente, pero de unos años a esta parte no puedo dejar de sorprenderme por la intensidad de las celebraciones de año nuevo. Más: por la precisión casi desesperada con la que algunas personas intentan aferrarse a la hora exacta, el segundo preciso donde arranca el nuevo año.
No me gusta fastidiarle la fiesta a nadie con tonterías de sobremesa, pero en esos minutos finales del año, viendo las carreras de las personas por sintonizar la emisora de radio, por hacerse de su ración de uvas, por ordenar a su lado a la familia, suelo pensar en el globo terráqueo, en la línea imaginaria de los paralelos y meridianos. Entonces (a veces uno debe padecer su propia imaginación), se me ocurre ver el mundo como un efecto en ola, a la manera de un stadium, donde millones de convencidos por el ajuste gregoriano saltan en su meridiano, abren botellas, lloran, se abrazan, recuerdan a los que ya no están.
No deja de tener algo de curioso encanto pensar que, de haber seguido el remoto calendario juliano, con todas sus imprecisiones sobre el desplazamiento de la tierra, hoy sería algo así como 21 de Diciembre, o algo por el estilo.
(Es difícil hacer cuentas con dolor de cabeza).
En fin, después de todo, la vida es también un convenimiento. Recorrer un acto arbitrario, aferrarse de una cierta forma de ver la locura. Insistir en ello. Por eso es que se comprende la dificultad de decir palabras tiernas en otro idioma que no sea aquél con el que comenzamos a recorrer el mundo. El lado de la cama, la marca de jugo preferida, el modo como a ciertas horas, uno se aferra a sus supersticiones, imagina un Dios, un modo como nos habla ese Dios.
Desde cierto punto de vista, supongo, vivir el día a día termina siendo un modesto pero ordenado modo de hacer ficción. O drama, claro.
En fin, después de todo, la vida es también un convenimiento. Recorrer un acto arbitrario, aferrarse de una cierta forma de ver la locura. Insistir en ello. Por eso es que se comprende la dificultad de decir palabras tiernas en otro idioma que no sea aquél con el que comenzamos a recorrer el mundo. El lado de la cama, la marca de jugo preferida, el modo como a ciertas horas, uno se aferra a sus supersticiones, imagina un Dios, un modo como nos habla ese Dios.
Desde cierto punto de vista, supongo, vivir el día a día termina siendo un modesto pero ordenado modo de hacer ficción. O drama, claro.
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