Sin porristas
Esto es casi un tópico personal, pero debo decir que admiro a Noam Chomsky. Lo hago desde que, a principios de los 90, descubrí su teoría de la gramática generativa: un sólido ladrillo que derriba, con lacónica elegancia, ese inmenso rinoceronte que es, que fue, la teoría del lenguaje de B.F. Skinner.
Lo continué haciendo cuando, años después, descubrí algunas de sus obras de pensamiento político. Un ejemplo de ello es "American Power and the New Mandarins", uno de los primeros libros que logra esbozar la crítica a esa función de "Mandarines" que figuras académicas decidieron asumir para sí, con impasible arrogancia y pésimos resultados; y que coloca a la estúpida guerra de Vietnam en el centro de un análisis lúcido y equilibrado.
Desde entonces, he simpatizado tíbiamente con alguna ideas tales como el socialismo libertario que él ha defendido y, más aún, con su sólido sentido antibelicista del cual es, por lo que entiendo, una de las voces más documentadas, serias y representativas.
Por suerte, la admiración de una persona que piensa no es (o no tiene por qué ser) un equivalente funcional a ese tipo de fanatismo ramplón con el que es necesario seguir a un partido político. O a un equipo de futbol. Se trata de alguien que propone un conjunto de ideas. No de un equipo de animadoras con pompones y faldas inquietas a quien es preciso adorar para ganar, en su momento, sus lúbricos favores.
Es por ello, precisamente, que no encuentro ninguna contradicción en admirar a Noam Chomsky y rechazar, al mismo tiempo, su antiguo apoyo al régimen tiránico de Pol Pot en Camboya. Es también, por el mismo motivo, que no encuentro ninguna razón para denigrar de las ideas que ya exponía en "American Power" sobre una intelectualidad soberbia y etnocéntrica (refiriéndose a las "mentes brillantes" que, en su momento, congregó la administración Kennedy) por el sólo hecho de reconocer el recorrido reciente que él mismo se ha trazado, incurriendo más o menos en las mismas estupidecez que, en un primer momento, logró señalar en los intelectuales de la socialdemocracia.
Digo esto a propósito de un artículo al que he saltado desde el interesante blog Qaphqa, de Daniel Salas, y publicado en El Comercio, de Perú.
El artículo,(que en lo bueno y en lo malo no tiene desperdicios) va desde la lúcida visión de Chomsky a través de la cual resulta imposile imaginar una democracia basada en el neoliberalismo, idea que uno puede compartir con el sólo hecho de ver la cuestión con un poco de sentido común, hasta otros tópicos más ríspidos que, (allí sí), podría uno considerar como serias amenazas.
Cito el ejemplo que me toca más cercanamente:
Entrevistador: Bush plantea que Chávez es una amenaza para la democracia. Lo ha convertido en un objetivo tan central como en su momento Castro para Kennedy.
Chomsky: No creo que Chávez sea una amenaza para la gente pobre de Boston que está recibiendo gasolina barata. ¿Cómo puede ser una amenaza? ¿Qué puede hacer contra Estados Unidos? Sería una amenaza si fuera el jefe de una mafia y alguien no estuviera pagando su protección. ¿Castro es una amenaza? ¿Va a conquistar Castro Estados Unidos? No. Conocemos la respuesta. Tenemos sociedades libres, tenemos mucha documentación registrada. Podemos escoger no mirarla, pero conocemos el plan con gran detalle. Conocemos los reportes de la CIA y el Departamento de Estado bajo la administración Kennedy y los primeros años de Johnson, (donde se dice que) el mayor problema con Cuba, no soy literal, era su exitoso desafío a la política de regresar a la doctrina Monroe (de intervención en América Latina). Eso no podía ser tolerado, ¿sabes por qué? Pregúntale a tu capo de la mafia favorito. El otro problema para la administración Kennedy, según documentos que ahora son públicos, es lo que Kissinger llamaba "la expansión de la idea de Castro de tomar los asuntos en sus propias manos", lo que podía atraer a otra gente en Latinoamérica a hacer lo mismo. Eso es peligroso para algunos: puede despedazar el sistema. Hubo una amenaza con la crisis de los misiles, sí, pero ese fue el resultado de una masiva guerra terrorista contra Cuba. No vino de la nada. La meta de Robert Kennedy era inundar de lágrimas el territorio cubano.
Difícil solidarizarse con esa línea de pensamiento. Difícil hacerlo, sobre todo, cuando viviendo de este lado del planeta la existencia de "sociedades libres" no implica, necesariamente lo mismo que el acceso del que Noam Chomsky dispone sobre los archivos desclasificados de la administración Kennedy. O la posibilidad de continuar serenamente adscrito en el MIT, conseguir pasaporte, valerse del derecho de un Social Security.
Con pudor, con incomodidad, es preciso decir que en comentarios de este tipo Chomsky no sólo se equivoca, sino que además se hace parte activa de acciones finales que díficilmente correspondan con los valores y creencias en las que, con toda seguridad, cree fielmente.
Es preciso decir que Chomsky actúa de buena fe. Es necesario decir, sobre todo, que allí, en esa sensación optimista de buena fe es donde, precisamente, reside parte importante del problema con el que debemos toparnos a la hora de encontrarnos a intelectuales brillantes y convecidos opinando sobre las noticias de nuestros patios locales.
En una entrevista concedida a Heinz Dieterich, al ser abordado sobre el fastidioso pero decisivo tema de si deben o no participar los intelectuales en el poder, Chomsky respondía:
Eso depende de la integridad del intelectual. Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en la cárcel.
Creo firmemente en la segunda parte: "la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fueras populares que tratan de mejorar las cosas". Me temo que, sin embargo, existen motivos para ser suspicaz ante la primera parte: "eso depende de la integridad del intelectual".
Las posicione de poder van mucho más allá de la integridad, me temo.
Cuando Noam Chomsky reduce el problema del teniente coronel Hugo Chávez a un problema de gasolina barata para los pobres de Boston, Noam Chomsky está apuntando al valor de su integridad, a su moral.
El problema es que, cuando Noam Chomsky opina sobre el favor que le hace el teniente coronel Chávez a los pobres de Boston (que, de seguro, no serán pocos), implícitamente está transformando en sentencia una frase que , en realidad, corresponde con su visión del mundo. Una visión que está basada en su comprensible y justo malestar ante el delirante Bush, en el tácito apoyo a otro demente que se le opone, en el peligro de ordenar la realidad en base a dos polaridades falsas: la derecha y la izquierda, en la imposibilidad de imaginar que el teniente coronel Chávez es algo más que un gasolinero altruista, sino un presidente militarista, poderoso y autoritario.
No es el comentario de un lingüista de casi ochenta años. Es un apoyo tácito de una figura mundialmente relevante por parte de una figura mucho más relevante.
Eso, naturalmente, es una forma de hacer poder. Eso, por desdicha, escapa a la integridad, a la buena fe. Ese es, después de todo, el inmenso peligro de la bondad perdonavidas con la que brillantes intelectuales se sumergen en las tórpidas marejadas políticas.
Lo continué haciendo cuando, años después, descubrí algunas de sus obras de pensamiento político. Un ejemplo de ello es "American Power and the New Mandarins", uno de los primeros libros que logra esbozar la crítica a esa función de "Mandarines" que figuras académicas decidieron asumir para sí, con impasible arrogancia y pésimos resultados; y que coloca a la estúpida guerra de Vietnam en el centro de un análisis lúcido y equilibrado.
Desde entonces, he simpatizado tíbiamente con alguna ideas tales como el socialismo libertario que él ha defendido y, más aún, con su sólido sentido antibelicista del cual es, por lo que entiendo, una de las voces más documentadas, serias y representativas.
Por suerte, la admiración de una persona que piensa no es (o no tiene por qué ser) un equivalente funcional a ese tipo de fanatismo ramplón con el que es necesario seguir a un partido político. O a un equipo de futbol. Se trata de alguien que propone un conjunto de ideas. No de un equipo de animadoras con pompones y faldas inquietas a quien es preciso adorar para ganar, en su momento, sus lúbricos favores.
Es por ello, precisamente, que no encuentro ninguna contradicción en admirar a Noam Chomsky y rechazar, al mismo tiempo, su antiguo apoyo al régimen tiránico de Pol Pot en Camboya. Es también, por el mismo motivo, que no encuentro ninguna razón para denigrar de las ideas que ya exponía en "American Power" sobre una intelectualidad soberbia y etnocéntrica (refiriéndose a las "mentes brillantes" que, en su momento, congregó la administración Kennedy) por el sólo hecho de reconocer el recorrido reciente que él mismo se ha trazado, incurriendo más o menos en las mismas estupidecez que, en un primer momento, logró señalar en los intelectuales de la socialdemocracia.
Digo esto a propósito de un artículo al que he saltado desde el interesante blog Qaphqa, de Daniel Salas, y publicado en El Comercio, de Perú.
El artículo,(que en lo bueno y en lo malo no tiene desperdicios) va desde la lúcida visión de Chomsky a través de la cual resulta imposile imaginar una democracia basada en el neoliberalismo, idea que uno puede compartir con el sólo hecho de ver la cuestión con un poco de sentido común, hasta otros tópicos más ríspidos que, (allí sí), podría uno considerar como serias amenazas.
Cito el ejemplo que me toca más cercanamente:
Entrevistador: Bush plantea que Chávez es una amenaza para la democracia. Lo ha convertido en un objetivo tan central como en su momento Castro para Kennedy.
Chomsky: No creo que Chávez sea una amenaza para la gente pobre de Boston que está recibiendo gasolina barata. ¿Cómo puede ser una amenaza? ¿Qué puede hacer contra Estados Unidos? Sería una amenaza si fuera el jefe de una mafia y alguien no estuviera pagando su protección. ¿Castro es una amenaza? ¿Va a conquistar Castro Estados Unidos? No. Conocemos la respuesta. Tenemos sociedades libres, tenemos mucha documentación registrada. Podemos escoger no mirarla, pero conocemos el plan con gran detalle. Conocemos los reportes de la CIA y el Departamento de Estado bajo la administración Kennedy y los primeros años de Johnson, (donde se dice que) el mayor problema con Cuba, no soy literal, era su exitoso desafío a la política de regresar a la doctrina Monroe (de intervención en América Latina). Eso no podía ser tolerado, ¿sabes por qué? Pregúntale a tu capo de la mafia favorito. El otro problema para la administración Kennedy, según documentos que ahora son públicos, es lo que Kissinger llamaba "la expansión de la idea de Castro de tomar los asuntos en sus propias manos", lo que podía atraer a otra gente en Latinoamérica a hacer lo mismo. Eso es peligroso para algunos: puede despedazar el sistema. Hubo una amenaza con la crisis de los misiles, sí, pero ese fue el resultado de una masiva guerra terrorista contra Cuba. No vino de la nada. La meta de Robert Kennedy era inundar de lágrimas el territorio cubano.
Difícil solidarizarse con esa línea de pensamiento. Difícil hacerlo, sobre todo, cuando viviendo de este lado del planeta la existencia de "sociedades libres" no implica, necesariamente lo mismo que el acceso del que Noam Chomsky dispone sobre los archivos desclasificados de la administración Kennedy. O la posibilidad de continuar serenamente adscrito en el MIT, conseguir pasaporte, valerse del derecho de un Social Security.
Con pudor, con incomodidad, es preciso decir que en comentarios de este tipo Chomsky no sólo se equivoca, sino que además se hace parte activa de acciones finales que díficilmente correspondan con los valores y creencias en las que, con toda seguridad, cree fielmente.
Es preciso decir que Chomsky actúa de buena fe. Es necesario decir, sobre todo, que allí, en esa sensación optimista de buena fe es donde, precisamente, reside parte importante del problema con el que debemos toparnos a la hora de encontrarnos a intelectuales brillantes y convecidos opinando sobre las noticias de nuestros patios locales.
En una entrevista concedida a Heinz Dieterich, al ser abordado sobre el fastidioso pero decisivo tema de si deben o no participar los intelectuales en el poder, Chomsky respondía:
Eso depende de la integridad del intelectual. Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en la cárcel.
Creo firmemente en la segunda parte: "la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fueras populares que tratan de mejorar las cosas". Me temo que, sin embargo, existen motivos para ser suspicaz ante la primera parte: "eso depende de la integridad del intelectual".
Las posicione de poder van mucho más allá de la integridad, me temo.
Cuando Noam Chomsky reduce el problema del teniente coronel Hugo Chávez a un problema de gasolina barata para los pobres de Boston, Noam Chomsky está apuntando al valor de su integridad, a su moral.
El problema es que, cuando Noam Chomsky opina sobre el favor que le hace el teniente coronel Chávez a los pobres de Boston (que, de seguro, no serán pocos), implícitamente está transformando en sentencia una frase que , en realidad, corresponde con su visión del mundo. Una visión que está basada en su comprensible y justo malestar ante el delirante Bush, en el tácito apoyo a otro demente que se le opone, en el peligro de ordenar la realidad en base a dos polaridades falsas: la derecha y la izquierda, en la imposibilidad de imaginar que el teniente coronel Chávez es algo más que un gasolinero altruista, sino un presidente militarista, poderoso y autoritario.
No es el comentario de un lingüista de casi ochenta años. Es un apoyo tácito de una figura mundialmente relevante por parte de una figura mucho más relevante.
Eso, naturalmente, es una forma de hacer poder. Eso, por desdicha, escapa a la integridad, a la buena fe. Ese es, después de todo, el inmenso peligro de la bondad perdonavidas con la que brillantes intelectuales se sumergen en las tórpidas marejadas políticas.
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