Disciplinas etológicas
En estos días, en una conversación telefónica que de tanto en tanto mantenemos Caiesus E. y yo entre la fría Syracuse, NY (a la que él, sin embargo, prefiere calificar como Siracusa, Italia) y Caracas, Vzla, me comentaba sobre las curiosas prácticas gimnásticas que suelen ejercer las ardillas sobre el tejado de su casa.
Al escuchar eso, le sugería razonablemente que bien podía aprovechar ese incidente para iniciar un estudio de etología salvaje (una rama mucha más inquietante que la del estudio de la impronta en los gansos de Konrad Lorenz), disciplina poco estudiada pero a la que, de todos modos, cualquier persona con ardillas cercanas podría contribuir de manera decisiva, si es que en realidad se encontraba en dispocisión de utilizar todas sus artes en seguir con atención los sonidos del tejado. A lo que Caiesus me respondía, muy seriamente, que él prefería la etología militar, cosa que de todos modos no haría.
Y no dejaba de tener, por cierto, toda la razón en cuanto a la fundación de esa otra disciplina, como en el sereno desdén por jamás ejercerla.
Al escuchar eso, le sugería razonablemente que bien podía aprovechar ese incidente para iniciar un estudio de etología salvaje (una rama mucha más inquietante que la del estudio de la impronta en los gansos de Konrad Lorenz), disciplina poco estudiada pero a la que, de todos modos, cualquier persona con ardillas cercanas podría contribuir de manera decisiva, si es que en realidad se encontraba en dispocisión de utilizar todas sus artes en seguir con atención los sonidos del tejado. A lo que Caiesus me respondía, muy seriamente, que él prefería la etología militar, cosa que de todos modos no haría.
Y no dejaba de tener, por cierto, toda la razón en cuanto a la fundación de esa otra disciplina, como en el sereno desdén por jamás ejercerla.
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