9 de febrero de 2006

Pluff! (2)

Los pueblos no son gobiernos.

Cuando, como reporta CNN+, el lamentable gobierno iraní pide una reunión de la Conferencia Islámica para discutir el "ataque organizado contra el mundo musulmán", el gobierno de Irán está haciendo algo muy distinto a lo que puede hacer, por ejemplo, un musulmán como Yasser Ad-Dab'bagh, a quien ya cité en el post anterior.

Hay que estar loco (y me parece que el gobierno iraní sin duda lo está) para pensar que las caricaturas danesas puedan ser un intento orquestado para destruir el modo de vida musulmán.

Son una estupidez, una broma pesada, un gesto ignorante, pero difícilmente el inicio de un complot.

Es dificil imaginar que los millones de musulmanes de todo el mundo puedan tener entre sus principales prioridades para la vida el desarrollo de un sistema nuclear. Esperan, sin duda, lo que esperamos todos: una vida digna, la posibilidad de vivir según sus propias convicciones, el anhelo de ver cómo sus familias pueden ser felices y prósperas.

El tema nuclear es un tema de la agenda de un gobierno con mayor o menor persuación social, difícilmente puede ser el objetivo más importante de las aspiraciones de un país.

Igual en la otra acera.

Cuando Aznar, en declaraciones recientes desde Washington, insiste que una disculpa pública por las caricaturas contra Mahoma "pondrían en peligro la firmeza de las democracias de Occidente en materias como la negociación nuclear", se está refiriendo a lo que él comprende como la estrategia de un gobierno, el gobierno que fue, pero no necesariamente a lo que podría ser la opinión de un país.

Las caricaturas son una cosa. El Uranio, otra.

Sólo el sentido de la oportunidad política, el sentido de los intereses y compromisos políticos, hace que estén colocadas, hoy, en el mismo sitio.

Por lo pronto, van seis muertos del fundamentalismo islámico apoyado por los gobiernos de Irán y Siria, (dicho sea de paso, esos dos nuevos y significativos aliados de la locura bolivarianista), no de los creyentes musulmanes. Seis anónimos muertos a los que, sin embargo, de seguro algún doliente ya comienza a extrañar en algún lugar desconocido del mundo.