18 de febrero de 2006

Velas las aguas negras (1)


Por años ejercí el desdén hacia los poetas. Lo sigo haciendo, en parte, pero sólo en parte. La belleza es común, decía Borges. Pero la fealdad, también. Por eso, quizá, el mundo está repleto de invenciones desconcertantes, hermosas, conmovedoras. Pero también de demasiados poemas feos.

No sé (no tengo por qué saber) el motivo para ello, pero aún así tengo una hipótesis, una pálida llama, la luz de un candil que alumbra la oscuridad más densa, es esta: escribir un poema malo es fácil y conmovedor. Encontrar la belleza de narciso reflejada (distorsionada) en un estanque de lugares comunes es más fácil todavía.

Nadie me lo está preguntando, pero pienso lo mismo de muchas de las opiniones políticas y filosóficas de ese segmento tantas veces aburrido y pedante que damos en llamar intelectuales (pero que, en realidad, representan a una comunidad de oficiosos del arte, de la estética, de la sensibilidad, no necesariamente del pensamiento en sí mismo).

No encuentro por qué motivo un poeta, un escritor, puede tener una visión iluminada del mundo. No veo por qué razón las opiniones de un poeta sobre la agricultura pueden tener más valor que lo que podría decir, con menos palabras, un señor que se dedica en silencio a plantar batata, por sólo mencionar un tubérculo epifánico.

Cuando hace dos o tres años ocurrieron dos o tres ejecuciones en Cuba alguien (ya no recuerdo quién), le solicitaba a Shakira, cantante de gráciles caderas, que se pronunciara al respecto. Al margen de la candidez de tal proposición, recuerdo haber escuchado una que otra risita contenida haciendo mofa sobre lo que podría saber una cantante Pop sobre los temas políticos. Seguramente nada, desde luego. Pero ese nada no me parece menos estrepitoso que, digamos, las cursilerías que he tenido que leerle al poeta Cardenal sobre la situación política y social de Venezuela.

En el fondo, me parece, se trata de un gesto de justicia: en un mundo ideal cada quien debería tener el derecho de decir lo que mejor le venga en gana. No tengo nada en contra de las opiniones de un poeta inspirado. Apenas me interesa agregar que no tiene por qué ser necesariamente mejores o peores de las de cualquier ciudadano corriente.

Las opiniones de los artistas importan por un motivo que está más allá de todo gesto artístico: sus opiniones importan por su notoriedad, por el lugar que la cultura les ha otorgado, por el sistema de ganancias y prerrogativas de las que después de todo está hecho el mundo.

De allí, en parte, ese mamotreto repleto de cursilerías que es, que ha sido, que será, el truculento capítulo de las literaturas políticas.

En el post pasado, el pana Pratter-Machine se preguntaba (y aunque no lo dijeron y no se los he preguntado, casi podría asegurar que JorgeLetralia y Chaman-Tower estarían de acuerdo), por qué demonios sacar dos millones de un librito escrito en nueve días por ese artefacto repleto de mala retórica y excesivo auto-bombo que es el poeta Saad, cuando la revolución se atribuye para sí a una de las figuras más valiosas de la poesía contemporánea: Víctor Valera Mora.

Valera Mora fue, desde luego, un poeta militante. Incluso tuvo el gesto de escribir cosas realmente horribles y fanáticas inspirado en esa misma militancia. Pero fue, sobre todo, un buen poeta. Un muy buen poeta; y eso, como lector, se respeta y se agradece.

En estos días, volviendo sobre algunos de sus textos, me dio por pensar que un poema suyo podría insinuar, desde ese aburrimiento metafísico que debe ser todo más-allá, una sugerencia útil (que, de seguro, jamás seguirán nuestros poetas comprometidos con la mala poesía política). El poema es este:

Es absurdo es aburrido
Levantar murallas de soles y estrellas
En defensa del hombre y sus combates
Pero repetir hasta el infinito
“me celebro en el espumoso deseo
Como una deidad exorcizada y sola”
Si es poético
Irremisiblemente poético
Entonces
Sed indulgente con la poesía
Y seguid velando desde las aguas negras