21 de febrero de 2006

Velas las aguas negras (2)

Corro el riesgo de fastidiar más de la cuenta, pues los últimos dos post de estas argonáuticas han sido, acaso, dos moscas tenaces que vuelan sobre el mismo vaso de vidrio mal embocado.

Qué se le va a hacer. Todavía tengo algo más qué decir. Así que digo más. Es esto:

En el año de 2002 mi amigo Héctor Torres escribió una carta pública al poeta Mario Benedetti a propósito de cierto manifiesto en apoyo del gobierno del teniente coronel Chávez en el que, a su juicio (como el de unas cuantos miles de personas en este país), se distorsionaban una que otra idea esencial para comprender el drama y el fastidio de un nuevo militarismo tropical. Tower se tomaba la molestia de pensar que, de pronto, el viejito Benedetti no contaba con alguna información decisiva. Tower se tomaba la molestia de comentarle algunos datos valiosos, desde la naturalmente válida posición de un ciudadano que dispone de una información de primera mano.

No tomaba para sí ningún traje de luces. No necesitaba apoyarse en el valor de las horas invertidas en pensar en cosas hermosas, en seguir un tren repleto de moscas de azogue que es toda lectura, toda escritura. No tenía por qué explicar que, en este pequeño pedazo del mundo, existen personas que le aprecian por todo lo que tenga qué decir, y por lo bien que puede hacerlo. Hacía lo que tenía que hacer: hablaba, alentado en el pequeño, en el desmesurado milagro de ser una persona, un ciudadano.

La carta del Tower, que puede leerse justo aquí, comenzaba diciendo esto:

Querido Mario Benedetti:

Hubiese querido escribirte, luego de tanto soñarlo, en una ocasión más agradable. Tantos momentos (desde "El sur también existe" de Serrat, hasta tu monólogo de marinero alemán en aquel clásico de Subiela; pasando por los poemas y canciones que te robamos para ablandar los corazones de las chicas), me hacen participar de una desigual y anónima amistad en donde tú has dado tanto, sin que yo pudiese retribuir en lo más mínimo tan descomunal deuda.

La carta, (de una escritura respetuosa, seria e impecable como la de esas primera líneas), recibió unas cuantas semanas o meses después este comentario imbécil y desdeñoso del propio Benedetti en un periódico Mexicano. Decía así:

Un grupo de intelectuales uruguayos mandamos una carta de apoyo a Chávez. Eso nos ha costado, porque en los diarios de Caracas salió "Galeano y Benedetti apoyan a Chávez'', pese a que eran veintitantas firmas, y en un editorial un medio dijo: "¡Qué se podía esperar de estos criptocomunistas!'' A mí, un tal Torres, un venezolano que nadie conoce, me dirigió una carta reprobatoria de cinco páginas. La ha enviado a más de 200 direcciones de correo electrónico para que me la manden, por mi apoyo a Chávez. Todos los días me llega la misma copia por mail o correo ordinario.

Allí, dicho en dos platos el argumento clásico del poeta inspirado. El argumento de la notoriedad del poeta inspirado. Un grupo de intelectuales. Veintitantos. Todos justos. Todos hermosos. Todos con la razón. Yo contra la osadía de una persona a quien no conozco. Yo contra la mala educación de un Ciudadano que se antoja de contradecirme, de importunarme con el aburrido curso de un pensamiento que, por horror, resulta no ser igual al mío.

Se apagan las luces, brillan los oropeles. La cantante de jazz es, de pronto, la hija perdida de Bakunin, quiere un trago y llora, llora de verás. El poeta inspirado se queja, bufa, mira al cielo, se diría que implora. No hay nada qué discutir. Él es Mario. Un Tal Torres tiene poco o nada qué decir.

¿Habría que agregar algo más? A lo mejor no, a lo mejor sí.

Por si las dudas, un último comentario, casi off the record: Tower me ha hecho notar, desde hace tiempo, una pequeña corrección: no fueron 200 mails. Fueron 500. Las razonables 500 direcciones de correo por las que una persona respetuosa, inteligente, enterada de la realidad que le ha tocado vivir, con el derecho de querer encontrar un espacio de comprensión más allá de los esquemas, de la unidemensionalidad, intentó propiciar un diálogo que no toleró el desdén de los oximorones y las tristes lentejuelas

Hasta aquí el fastidio de los poetas políticos. Hasta aquí el fastidio de las mariposas termonucleares. Al menos por hoy, claro.