Stuka
Durante años, el horror para mí fue el perfil afilado de un Junker Ju-87 Stuka. El Stuka (contracción de la palabra Sturzkampfflugzeug, algo así como bombardero aéreo) es justo el mismo bombardero que parece estrellarse contra el texto de este post.
Ahora, con el paso del tiempo, puedo volver a muchas tardes de silencio, cuando la imagen de mamá era, aún, la imagen de una mujer joven vestida con una bata azul pálido, en un lugar repleto de arboles, de grillos, en las que una y otra vez dibujé en mi cuaderno anillado de dibujos la forma de su morrión de tiburón (que escondía, furtivo, su motor de pistón Junkers Jumo 211P), la curvatura de sus alas de vampiro, el parecido a un insecto art déco de los cristales de su carlinga, el ángulo de su cola, el horror de su sirena en picada durante el blitz sobre Londres.
Algunos niños le temieron a los monstruos de los cuentos infantiles, a la oscuridad, a los fantasmas de una noche de fuertes vientos.
Mi horror fue el Stuka. Mi horror comenzó una tarde de principios de los ochenta cuando abrí, sin saberlo, las páginas de una enciclopedia de doce tomos y, en cierta forma, se acabó una parte de esa segura ingenuidad que es toda infancia feliz.
Pienso en esto pues el pana Pratt (con quien tantas veces he hablado de estas cosas al filo de una que otra madrugada), tiene hoy un post con un residuo traumático parecido, brillantemente escrito, que me hizo evocar el mío. El post del Pratt puede ser leído justo aquí.
Una última cosa. Lo traumático recuerda a los amores desastrosos: invitan una y otra vez a mirar el vértigo de todo vacío. Hasta que uno sucumbe por cansancio, por habituación. Incluso por fastidio.
Ahora, con el paso del tiempo, puedo volver a muchas tardes de silencio, cuando la imagen de mamá era, aún, la imagen de una mujer joven vestida con una bata azul pálido, en un lugar repleto de arboles, de grillos, en las que una y otra vez dibujé en mi cuaderno anillado de dibujos la forma de su morrión de tiburón (que escondía, furtivo, su motor de pistón Junkers Jumo 211P), la curvatura de sus alas de vampiro, el parecido a un insecto art déco de los cristales de su carlinga, el ángulo de su cola, el horror de su sirena en picada durante el blitz sobre Londres.
Algunos niños le temieron a los monstruos de los cuentos infantiles, a la oscuridad, a los fantasmas de una noche de fuertes vientos.
Mi horror fue el Stuka. Mi horror comenzó una tarde de principios de los ochenta cuando abrí, sin saberlo, las páginas de una enciclopedia de doce tomos y, en cierta forma, se acabó una parte de esa segura ingenuidad que es toda infancia feliz.
Pienso en esto pues el pana Pratt (con quien tantas veces he hablado de estas cosas al filo de una que otra madrugada), tiene hoy un post con un residuo traumático parecido, brillantemente escrito, que me hizo evocar el mío. El post del Pratt puede ser leído justo aquí.
Una última cosa. Lo traumático recuerda a los amores desastrosos: invitan una y otra vez a mirar el vértigo de todo vacío. Hasta que uno sucumbe por cansancio, por habituación. Incluso por fastidio.
<< Home