18 de abril de 2006

De grandes luchas infames

Me interesa poco (por no decir nada) el fastidioso renglón de los orgullos literarios nacionalistas. Me es indiferente que a don Rómulo Gallegos lo publicasen con fruición a propósito de sus vastedades llaneras, o que justo en este momento un poeta rabioso y desconocido esté componiendo una Oda romántica y decisiva a propósito de la figura del árbol de apamate (árbol que, por cierto, no podría diferenciar ni remotamente entre tantos otros). Me es indiferente que el furioso Rufino Blanco Fombona fuese alguna vez un candidato pesado para el premio Nobel, tanto como que Andrés Bello compusiese alguna vez un poema espantoso llamado Silva a la agricultura a la zona tórrida, que no sólo parece atormentar a los estudiantes venezolanos, sino además a los pobres chilenitos que no le hicieron daño a nadie.

Sospecho que es una cursilería constuir un fanatismo histérico y afectado sobre una tradición literaria nacional, cuando la literatura es un texto inmenso, desmesurado, y sus herederos somos todos aquellos que por algún motivo sintamos el deseo de acercarnos a sus mundos alucinados.

Un programa literario nacional es, será siempre, no sólo un exceso: también será un abuso. El único programa literario que vale la pena seguir será siempre aquél que nos acerque a la buena literatura, aquél que sea capaz de conmovernos, de encontrar maneras estéticamente sensibles de recomponer el mundo sobre el trazo de unas moscas de azogue que son todas las letras, todas palabras. Poco importa si eso es escrito en Upsala o en la palpitante población de Chaguarama de Loero.

Aún así, comprendo que todo proceso literario es un proceso que tiene algo de colectivo, que ocurre dentro de un zeigest, y es por ese motivo que siempre es un gusto cálido y emocionante saber que personas que están en tu mismo paralelo geográfico están haciendo cosas que valen la pena, cosa que puede verse perfectamente reflejada en páginas dedicadas a estos territorios como es el caso de Ficción Breve. El gusto por esos logros naturalmente es mayor cuando se trata de alguien a quien conoces y aprecias.

En definitiva, supongo que este país se escribe muy buena y muy mala literatura, como en cualquier otra parte del mundo. Tengo la impresión y el gusto de contar entre mis amigos y personas que aprecio a unos cuantos escritores y escritoras que escriben, precisamente, parte de esa buena literatura.

Digo esto pues, en el 2004, a los 17 años, Enza García ganó el VII certamen literario Cuento Contigo: Nuevas Voces Jóvenes, de la Casa América, en España, con el cuento titulado "La parte que le tocó a Caleb". Este año, apenas unas semanas atrás, Enza viajó a España para recibir su premio que contó, por cierto, con el notorio mérito de recibir una publicación por parte de la editorial Siruela.

De regreso de su viaje, Enza colocó algunos comentarios en su blog, Crónicas a Destajo, sobre lo que significó para ella esa experiencia. El último post relata (incidentalmente, como debe ser), el escalofriante episodio de confrontación con la estupidez que significa encontrarse con un fanático de la lucha asimétrica y falsamente libertaria a la vuelta de cualquier esquina equivocada. El turno, esta vez, le tocó a un insigne guerrero: el general retirado Arévalo Méndez (¡Dios, qué perversión al sentido de país tener que toparse con un militar en cualquier lado!), quien debería hacer las veces de representante diplomático de este país y de sus ciudadanos, pero quien en la práctica pareciese más bien ser el corajudo, el aguerrido representante de un gobierno y un modo de ser ciudadanos. Eso, y un perspicaz crítico literario.

En fin, Enza lo cuenta mejor, y con detalle. Mejor darle la palabra. Su post es este:


Y ahora con gusto les voy a contar sobre Arévalo Méndez, el embajador de Venezuela en España. El día del acto de entrega del Primer Premio del VII y VIII Certamen Literario Cuento Contigo: Nuevas Voces Jóvenes nos informaron a mí y a Taña que los embajadores de nuestros países habían sido invitados al evento. A la hora del almuerzo, luego de una linda rueda de prensa, en Casa de América recibieron una llamada de la embajada de nuestro país insólito, para explicar que el embajador de Venezuela no iba a asistir al acto pues consideró que La parte que le tocó a Caleb es un cuento antichavista. Se pueden interpretar varias cosas. Una de ellas, quizás guiada por mi tonta vanidad, es pensar que a ese funcionario le pareció que yo -una carajita que no conocía otros "mundos"-, soy una forma de amenaza para su reino. O que es verdad que en este país insólito la meritocracia quedó sepultada por el surgimiento de una intelectualidad militar o popular o socialista o qué sé yo qué demonios que no sabe distinguir entre la política y el arte, y que por ello los funcionarios que nos representan en otros países tienen esa estrecha visión del asunto literario, porque en el fondo, no tienen cultura. Quizás como soy la afectada del hecho (y no porque no haya ido el embajador, sino por la vergüenza que pasé frente a todos, tratando de explicar cómo son las cosas aquí ahora) no puedo tener una visión objetiva del asunto. Por ello los invito a que traten de explicarme qué fue lo que pasó realmente.


Actualización
Jueves, 20 de Abril, 2006


H. Tower ha escrito un lúcido reportaje sobre la lucha diplomática que el General-Embajador Arévalo Méndez conduce desde España. El reportaje incluye, por cierto, un fragmento del cuento de Enza, cosa que se agradece. Todo eso puede ser leído pulsando este link.