24 de mayo de 2006

Mitoprotesis


La vida es irónica. La semana pasada me sorprendió una de sus ironías en mitad de una tranca. De pronto (como en un cuento fácil) se desgajó una lluvia cerrada que convirtió a todos los carros de la autopista en los despojos húmedos de cientos de bergantines hundidos. Fue justo entonces cuando en la radio comenzó a sonar aquella vieja canción de Johnny Nash que dice así:

I can see clearly now, the rain is gone
I can see all obstacles in my way
Gone are the dark clouds that had me blind
It’s gonna be a bright (briiiiiiight)
Bright (briiiiiiiight)
Sun-Shiny day

Menudos obstáculos de tuercas, aceites y motores que me esperaban por delante. Como para esos poemas vagamente fríos, vagamente desesperados del viejo Neruda en sus Residencias. No quedaba más que respirar profundo. Buscarse algo en qué pensar. Así, detenido para siempre en esa cola, adolorido por el brillo de tantos otros soles lejanos, reparé en un momento que me encontraba frente a la falsa estatua de María Lionza. Me decidí por pensar en eso. Pensé tres cosas: que un amigo me había dicho, recién en esos días, que el sociólogo que apareció declarando varios domingos atrás en El Nacional sobre un encuentro gay fallido con el hipotético asesino del cura Piñango era (debe seguir siendo, desde luego) hijo del escultor de María Lionza. Pensé en la predecible aridez de las políticas culturales: se cae la estatua original, las facciones políticas hacen escaramuzas por apropiarse de ella, alguien, algo, hace una copia: aprendemos a vivir con esa copia que, intuimos, quizá nos podría acompañar por siempre. Pensé, además, que pensar en María Lionza era pensar en tetas. En las inmensas tetas de la estatua. Pensé que se trataba, después de todo, de uno los primeros episodios de ensoñaciones lúbricas con los que puede contar por seguro cualquier púber caraqueño al que recién le estalla la adolescencia: una valkiria de volúmenes vertiginosos en mitad de ese breve infierno florido que es la principal autopista de Caracas. Una anatomía imposible, falsa, que sin embargo prescribe un anhelo, un sueño.

Fue sólo entonces cuando me sobrevino esta idea que, en un primer momento, consideré una idea fácil: vivir con una copia de María Lionza, vivir con una estatua de materiales de emergencia mientras la estatua original reposa, quebrada, en algún galpón apacible de este enredo que llamamos ciudad podría ser, después de todo, un gesto de justicia poética. La ceremonia de las suplantaciones, el ritual del bisturí que convierte a Caracas, poco a poco, en una ciudad repleta de tetas falsas. En la ciudad con una estatua que es, al mismo tiempo, una vaga deidad de la mitoprotesis.

Casi me había olvidado del tema cuando, justo hace un rato, de regreso a casa, me encontré en la radio con la entrevista a un cirujano plástico que señalaba el vertiginoso aumento de las cirugías de tetas en Caracas.

Me rindo a la evidencia: para bien o para mal vivimos en una ciudad con su propio monumento a las prótesis.


Argo-Link:

El tema, como todos los temas importantes de esta vida, pica y se extiende. Así las cosas, quisiera hacer notar que en el Peridismo de Paz de LuisCarlos puede leerse una propuesta políticamente justa sobre ese tema.

Lo mismo ocurre con un post del 19 de Abril de Guano, donde Ceryle deja constancia, de una vez y para siempre, sobre ciertas observaciones del tema en un post titulado, con justicia, las tetas de Truffaut. El post es el tercero del archivo de ese mes.

La imagen fue tomada justo de aquí