8 de octubre de 2006

Interpreter of Maladies




Leí por primera vez a Jhumpa Lahiri en ese hermoso libro antológico compilado por Juan Fernando Merino que es Habrá una vez: antología del cuento joven norteamericano, donde también aparecen narradores tan eficientes como Elissa Wald, Brady Udall, Amy Bloom, Rick Bass, Diane Schoemperlen y Susan Perabo.

Al terminar de leer el cuento de Lahiri pensé que lo que había interpretado como un leve gesto de fascinación y entusiasmo en la nota de presentación de la autora que antecedía al cuento estaba, en realidad, más que justificado: Una Medida Temporal (A Temporary Matter), la historia seleccionada, era mucho más que un cuento bien escrito. Era un cuento maravillosamente, dolorosamente bien escrito. Seguido a la constatación de tal descubrimiento, construí un post-it mental con el nombre de Jhumpa Lahiri, como quien alimenta una pasión editorial sin esperanzas.

Fuera de toda previsión (como en una película cuyo libreto ha sido escrito por un guionista que es feliz) el esfuerzo de memoria rindió frutos hará cosa de dos semanas, cuando un jueves de cielos despejados, haciendo tiempo en una librería cercana al consultorio de mi odontólogo, me encontré como perdido en un estante una traducción al castellano de su primer libro: Interpreter of Maladies (Mariner Books, 1999), traducido como Intérprete de Emociones (Planeta,2002).

La historia de la traducción y transformación de títulos es, sospecho, una confusa historia en el capítulo de las implicaturas que, naturalmente, no me interesa pensar ahora pero que, de todos modos, puede variar entre la sabiduría y la más serena estupidez. Más interesante que preguntarse por los motivos presumiblemente comerciales de la editorial para ese cambio de título (después de todo: «Traduttore, traditore»), es descubrir los motivos de la autora para el título original. Eso, por suerte, es algo que ella misma responde en una entrevista, con una historia que es, en sí misma, un pequeño cuento que comienza en 1991, cuando cierta vez se topó con un conocido que le contó que se desempeñaba como traductor para un médico con una agenda repleta de pacientes rusos. "Intérprete de enfermedades", comenta que pensó al despedirse de él, después de una breve conversación, después de parecerse un poco a las mujeres objetivas e inteligentes que habitan en su libro. En ese momento decidió que ese tendría que ser el título de un cuento. Cosa que sólo ocurrió cinco años después, y casi por sorpresa, cuando sin notarlo ya estaba jugando con el manuscrito de lo que sería su libro de cuentos. Dice:

Cuando había puesto la colección junta supe, desde el principio, que ese sería el título de la historia porque era el que mejor expresaba, temáticamente, el predicamento y el corazón del libro -el dilema, la dificultad y en ocasiones la imposibilidad de comunicar el dolor emocional y la aflicción a otros, tanto como a nosotros mismos. En cierto sentido yo veo mi posición como escritora como un intento por articular estas emociones, como un intento de interpretarlas, también.

La frase es escandalosamente exacta: la frase condensa justo la idea que flota en nosotros a medida que vamos transitando sus páginas de personajes vagamente melancólicos, remotamente afligidos por un dolor del que ni siquiera son conscientes, del que quizá no lo serán jamás.

Algunos escritores logran lanzar un tejo que cae en algún lugar remoto de nuestros recuerdos, levantando el polvo, haciéndonos lúcidamente conscientes que su forma de ver el mundo corresponde a algo conocido para nosotros.

Puede ser (de hecho, espero que lo sea) un tema absolutamente personal, pero la lectura de Jhumpa Lahiri me deja con una dulce, con una entrañable sensación de reconocimiento, de déjà vu. después de todo, poco importa que se habite en Antananarivo, en Reijavick, en Anchorage: el tipo fascinante de algunas mujeres acaba por reconocerse, por aparecerse en los recuerdos de la infancia, en el cuerpo que despierta diariamente al otro lado de la cama, en las páginas de la buena literatura que se va descubriendo en el curso de la propia vida, en toda la que vendrá. Siempre.

Imagen vía: Houghton Mifflin