Los ríos metafísicos
Me gustaría tener algunas cosas interesantes qué decir sobre los ensayos nucleares de esta semana impulsados por Kim Jong-il, el diminuto dictador de Corea del Norte y quien, para bien o para mal, es preciso decir que conserva un sorprendente parecido a los personajes de South Park.
Al menos en un tono hipotético, pensar en Kim Jong-il debería ser un tema importante, pues pese a los muchos obstáculos que ha tenido nuestro boligobierno para acercarse a él, todo hace pensar que representa una figura dulce y muy querida en el tórrido corazón del bolifuncionariato. De hecho, no me sorprendería en lo más mínimo que en unos pocos meses le inauguren una placita en algún lugar de Caracas por servicios a la humanidad o cualquier otra bolicursilería como puede ser, por ejemplo, la celebración de su cumpleaños, episodio que los pobres coreanitos están obligados a celebrar como una fecha patria. (Ah, cuán predecible es el apetito de los tiranos particulares; pensar que eso está dicho, incluso, hasta en Cleopatra´s Cat, esa vieja canción de mediados de los 90´s de Spin Doctors: They got holidays all in his name, and all a tyrant needs is fame).
Sin otra cosa mejor qué hacer, uno podría ponerse a pensar que si ya somos hermanitos del gobierno iraní, responsable de la persecución y el destierro de tantos ciudadanos de ese país cuyo más grave pecado ha sido el no simpatizar con el absurdo de un estado fundamentalista y teocrático, ¿no sería de lo más fantástico hacernos superamigos de los nuevos mafiosos nucleares del mundo? Todo un temazo al que naturalmente cualquier persona en su sano juicio podría interesarle discutir. Aunque sólo sea por el puro placer de hablar en voz alta, naturalmente.
En fin, el punto es que por mucho que me gustaría poder distraerme un poco con esas historias de éxito nuclear de nuestros remotos hermanitos, la realidad, que es mucho más cruel, infinitamente pertinaz, se ha empeñado en hacerme caer en cuenta de una tragedia privada y atroz: modestamente, vivo en un edificio de Caracas donde no llega el agua desde el día lunes.
Mucho peor: donde los funcionarios adscritos a ese organismo vagamente kafkiano que es el encargado de administrar la distribución de agua en la ciudad, pese a las llamadas de un montón de condenados a la más grave sequía, apenas comenzaron a enterarse de la existencia de un problema grave un par de días después.
Me lo explicaba ayer, temprano en la mañana, una vecina del piso tres cuyo amarillo intenso de su cabello se hacía más etéreo bajo el resplandor de la luz de principios del día: colocar una denuncia de falta de agua exige presentar un par de intrincados datos numéricos sobre el edificio que, como es de esperar, nadie dispone. Así, súbitamente, participar la falta de agua a la burocracia responsable de asumir el tema se comienza a convertir, de pronto, en el primer paso para la construcción de un sistema filosófico, un debate ontológico. También en una oferta creativa de trabajo, del tipo: Joven desempleado, conviértete en operador de nuestra empresa y descubre el fascinante, el excitante mundo de los problemas metafísicos: ¿Agua?¿Existe el agua?¿Cómo me prueba Usted que, en efecto, se ha ido el agua?¿Cómo me prueba Usted que esto que ocurre ahora no es un sueño, que todos no somos otra cosa que espectros?
La ironía, la curiosa ironía, es que todo esto pasa en días donde ha llovido una o dos veces a cántaros. Donde el agua es sólo un fenómeno outdoor. Una excursión, un picnic externo, como quien dice o podría querer decir.
Pensando en estas cosas que tanto alejan mi interés de la locura del mundo y me hacen permanecer a la expectativa del anhelado traqueteo de las cañerías, leo en Vivir es cuestión de método, de Jesús Nieves, el triste debut en la violencia caraqueña que se vieron forzados a vivir los artistas de la agrupación Madredeus, a sólo horas de haber llegado a Caracas, intentando atravesar la trocha que sustituye lo que, algunas vez, fue un viaducto sobrio, moderno, eficiente. Ser asaltado en Caracas es una noticia tan común como el hecho de ser un niño mordido por un perro salchicha. Estar a punto de morir dos veces en una misma noche es, ya, la hipérbole de lo noticioso: la historia de un niño desalmado que muerde con furor a un pobre perro salchicha. Justo eso fue lo que le pasó a la gente de Madredeus: no acababan de recuperarse del todo del mal rato en la autopista, cuando a punto de llegar hotel donde se hospedarían, de pronto se encontraron en mitad del fuego cruzado de un operativo policial. Eso es lo que se llama gastar en un día dos vidas de un gato.
Leyendo la historia, a uno se le ocurre qué pudo haberles pasado por la cabeza a ese gente si supieran que sólo una semana atrás, nuestras bolifuerzas armadas masacraron a un grupo de mineros al Sur del país y que, de nuevo esta semana, han vuelto a hacerlo: como quien no puede sustraerse de una vocación que no cambiará jamás.
Una simple frase del productor y arreglista del grupo, Pedro Hayres Magallanes, viene a contemporizar empáticamente la tragedia de vivir en este experimento del deporte extremo que es Venezuela:"Ahora entiendo la angustia en la que viven los venezolanos".
Viendo estas cosas sólo se me ocurre una pregunta ingenua. Esta: ¿Algún entusiasta seguidor foráneo del liderazgo poético del teniente coronel-presidente Chávez quien, además, sea un habitante de algún país del primer mundo amenazado por la mirada atómica furiosa y levemente estrábica de Kim Jong-il estaría interesado en cambiarse de país con mi familia y conmigo?
Se escuchan ofertas. Entre tanto, tengo previsto pasar el rato sumergiéndome en los ríos metafísicos de Heráclito de Éfeso, al parecer, las únicas aguas posibles.
Al menos en un tono hipotético, pensar en Kim Jong-il debería ser un tema importante, pues pese a los muchos obstáculos que ha tenido nuestro boligobierno para acercarse a él, todo hace pensar que representa una figura dulce y muy querida en el tórrido corazón del bolifuncionariato. De hecho, no me sorprendería en lo más mínimo que en unos pocos meses le inauguren una placita en algún lugar de Caracas por servicios a la humanidad o cualquier otra bolicursilería como puede ser, por ejemplo, la celebración de su cumpleaños, episodio que los pobres coreanitos están obligados a celebrar como una fecha patria. (Ah, cuán predecible es el apetito de los tiranos particulares; pensar que eso está dicho, incluso, hasta en Cleopatra´s Cat, esa vieja canción de mediados de los 90´s de Spin Doctors: They got holidays all in his name, and all a tyrant needs is fame).
Sin otra cosa mejor qué hacer, uno podría ponerse a pensar que si ya somos hermanitos del gobierno iraní, responsable de la persecución y el destierro de tantos ciudadanos de ese país cuyo más grave pecado ha sido el no simpatizar con el absurdo de un estado fundamentalista y teocrático, ¿no sería de lo más fantástico hacernos superamigos de los nuevos mafiosos nucleares del mundo? Todo un temazo al que naturalmente cualquier persona en su sano juicio podría interesarle discutir. Aunque sólo sea por el puro placer de hablar en voz alta, naturalmente.
En fin, el punto es que por mucho que me gustaría poder distraerme un poco con esas historias de éxito nuclear de nuestros remotos hermanitos, la realidad, que es mucho más cruel, infinitamente pertinaz, se ha empeñado en hacerme caer en cuenta de una tragedia privada y atroz: modestamente, vivo en un edificio de Caracas donde no llega el agua desde el día lunes.
Mucho peor: donde los funcionarios adscritos a ese organismo vagamente kafkiano que es el encargado de administrar la distribución de agua en la ciudad, pese a las llamadas de un montón de condenados a la más grave sequía, apenas comenzaron a enterarse de la existencia de un problema grave un par de días después.
Me lo explicaba ayer, temprano en la mañana, una vecina del piso tres cuyo amarillo intenso de su cabello se hacía más etéreo bajo el resplandor de la luz de principios del día: colocar una denuncia de falta de agua exige presentar un par de intrincados datos numéricos sobre el edificio que, como es de esperar, nadie dispone. Así, súbitamente, participar la falta de agua a la burocracia responsable de asumir el tema se comienza a convertir, de pronto, en el primer paso para la construcción de un sistema filosófico, un debate ontológico. También en una oferta creativa de trabajo, del tipo: Joven desempleado, conviértete en operador de nuestra empresa y descubre el fascinante, el excitante mundo de los problemas metafísicos: ¿Agua?¿Existe el agua?¿Cómo me prueba Usted que, en efecto, se ha ido el agua?¿Cómo me prueba Usted que esto que ocurre ahora no es un sueño, que todos no somos otra cosa que espectros?
La ironía, la curiosa ironía, es que todo esto pasa en días donde ha llovido una o dos veces a cántaros. Donde el agua es sólo un fenómeno outdoor. Una excursión, un picnic externo, como quien dice o podría querer decir.
Pensando en estas cosas que tanto alejan mi interés de la locura del mundo y me hacen permanecer a la expectativa del anhelado traqueteo de las cañerías, leo en Vivir es cuestión de método, de Jesús Nieves, el triste debut en la violencia caraqueña que se vieron forzados a vivir los artistas de la agrupación Madredeus, a sólo horas de haber llegado a Caracas, intentando atravesar la trocha que sustituye lo que, algunas vez, fue un viaducto sobrio, moderno, eficiente. Ser asaltado en Caracas es una noticia tan común como el hecho de ser un niño mordido por un perro salchicha. Estar a punto de morir dos veces en una misma noche es, ya, la hipérbole de lo noticioso: la historia de un niño desalmado que muerde con furor a un pobre perro salchicha. Justo eso fue lo que le pasó a la gente de Madredeus: no acababan de recuperarse del todo del mal rato en la autopista, cuando a punto de llegar hotel donde se hospedarían, de pronto se encontraron en mitad del fuego cruzado de un operativo policial. Eso es lo que se llama gastar en un día dos vidas de un gato.
Leyendo la historia, a uno se le ocurre qué pudo haberles pasado por la cabeza a ese gente si supieran que sólo una semana atrás, nuestras bolifuerzas armadas masacraron a un grupo de mineros al Sur del país y que, de nuevo esta semana, han vuelto a hacerlo: como quien no puede sustraerse de una vocación que no cambiará jamás.
Una simple frase del productor y arreglista del grupo, Pedro Hayres Magallanes, viene a contemporizar empáticamente la tragedia de vivir en este experimento del deporte extremo que es Venezuela:"Ahora entiendo la angustia en la que viven los venezolanos".
Viendo estas cosas sólo se me ocurre una pregunta ingenua. Esta: ¿Algún entusiasta seguidor foráneo del liderazgo poético del teniente coronel-presidente Chávez quien, además, sea un habitante de algún país del primer mundo amenazado por la mirada atómica furiosa y levemente estrábica de Kim Jong-il estaría interesado en cambiarse de país con mi familia y conmigo?
Se escuchan ofertas. Entre tanto, tengo previsto pasar el rato sumergiéndome en los ríos metafísicos de Heráclito de Éfeso, al parecer, las únicas aguas posibles.
<< Home