Ana en la Grama (1)
Supongamos que usted escucha, de modo más o menos directo, una que otra historia de gente que ha salido a inscribirse en el Partido Único Socialista, entre otras cosas, porque la bolirevolución es algo que va para largo y un carnet del partido es, como en los viejos tiempos adecos, una visa expedita para la prosperidad. Una copia fotostática de la cornucopia.
Supongamos que usted, por los motivos que sean, ha creído en uno que otro axioma de izquierda, durante años. Supongamos que usted no se inscribiría jamás en el Partido Único Socialista que comanda un teniente coronel retirado, precisamente, porque usted guarda un verdadero respeto por esos axiomas de izquierda en los cuales creyó, ha creído, todavía cree (digamos, por ejemplo, que su abuelo materno conspiró contra el último militar que hizo las veces de presidente, el último que escapó del país dejando olvidada una maleta llena de billetes, que su abuelo (todo un volteriano) murió sin demasiada fe en Dios, pero con la idea que haber participado en la resistencia contra ese militar fue el tipo de cosas con las cuales se iba en paz de este mundo. Digamos, para seguir imaginando, que su padre, siendo un niño, repartió propaganda subversiva en una ciudad muy remota, llena de neblina, precisamente contra ese mismo último militar a quien, solo hace unos años, el actual militar presidente quiso firmar una nota mortuoria que decía así: "el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, con el más profundo sentimiento patriótico, cumple el penoso deber de participar el fallecimiento del ex presidente de Venezuela y general de división de nuestro ejército forjador de libertades, Marcos Evangelista Pérez Jiménez, en la ciudad de Madrid, el día 20 de septiembre de 2001», como una cacofonía que pudiese flotar en el letargo enmudecido de la muerte, patrióticamente. Supongamos que usted es, en resumidas cuentas, de los tontos que creen en la historia, de los que cree que no ha existido un solo gobierno que históricamente haya sido comandado por militares que produjese una verdadera suma de felicidades para un pueblo, sea lo que sea lo que eso signifique).
Supongamos un poco más: supongamos que usted decide jugar con los anagramas porque, entre otras cosas, es una de las cosas con las que usted decide jugar. Posiblemente usted considerará la posibilidad de jugar con las palabras, de cuidar de las palabras, porque sabe, (o supone que sabe), que en tiempos de fanatismos, de fervores ridículos, las palabras son una de las pocas cosas que restituyen la altísima dignidad del ser humano.
Así las cosas, jugando con palabras, leyendo de tanto en tanto las cursilerías y tristes contradicciones sobre la jornada de inscripción en el partido único, usted descubre este anagrama:
Sí, aquelarre ruso: aburguesarse abominablemente
Usted no se sorprende. Al contrario, le encuentra todo el sentido. De hecho, usted casi siente que ese significado ha permanecido escondido, como una pantera eléctrica, justo detrás del refrán que, en un espiral vertiginoso, bien podría ser una nueva consigna del incipiente Partido Único:
El que a buen árbol se arrima, su sombra tiene segura
Ah, words, words, words, usted piensa. O, al menos, supone que lo hace.
Imagen Vía: degom.com
Supongamos que usted, por los motivos que sean, ha creído en uno que otro axioma de izquierda, durante años. Supongamos que usted no se inscribiría jamás en el Partido Único Socialista que comanda un teniente coronel retirado, precisamente, porque usted guarda un verdadero respeto por esos axiomas de izquierda en los cuales creyó, ha creído, todavía cree (digamos, por ejemplo, que su abuelo materno conspiró contra el último militar que hizo las veces de presidente, el último que escapó del país dejando olvidada una maleta llena de billetes, que su abuelo (todo un volteriano) murió sin demasiada fe en Dios, pero con la idea que haber participado en la resistencia contra ese militar fue el tipo de cosas con las cuales se iba en paz de este mundo. Digamos, para seguir imaginando, que su padre, siendo un niño, repartió propaganda subversiva en una ciudad muy remota, llena de neblina, precisamente contra ese mismo último militar a quien, solo hace unos años, el actual militar presidente quiso firmar una nota mortuoria que decía así: "el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, con el más profundo sentimiento patriótico, cumple el penoso deber de participar el fallecimiento del ex presidente de Venezuela y general de división de nuestro ejército forjador de libertades, Marcos Evangelista Pérez Jiménez, en la ciudad de Madrid, el día 20 de septiembre de 2001», como una cacofonía que pudiese flotar en el letargo enmudecido de la muerte, patrióticamente. Supongamos que usted es, en resumidas cuentas, de los tontos que creen en la historia, de los que cree que no ha existido un solo gobierno que históricamente haya sido comandado por militares que produjese una verdadera suma de felicidades para un pueblo, sea lo que sea lo que eso signifique).
Supongamos un poco más: supongamos que usted decide jugar con los anagramas porque, entre otras cosas, es una de las cosas con las que usted decide jugar. Posiblemente usted considerará la posibilidad de jugar con las palabras, de cuidar de las palabras, porque sabe, (o supone que sabe), que en tiempos de fanatismos, de fervores ridículos, las palabras son una de las pocas cosas que restituyen la altísima dignidad del ser humano.
Así las cosas, jugando con palabras, leyendo de tanto en tanto las cursilerías y tristes contradicciones sobre la jornada de inscripción en el partido único, usted descubre este anagrama:
Sí, aquelarre ruso: aburguesarse abominablemente
Usted no se sorprende. Al contrario, le encuentra todo el sentido. De hecho, usted casi siente que ese significado ha permanecido escondido, como una pantera eléctrica, justo detrás del refrán que, en un espiral vertiginoso, bien podría ser una nueva consigna del incipiente Partido Único:
El que a buen árbol se arrima, su sombra tiene segura
Ah, words, words, words, usted piensa. O, al menos, supone que lo hace.
Imagen Vía: degom.com
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