2 de agosto de 2007

Terapia en la grama



Me estoy leyendo Terapia para el Emperador de Manuel Llorens. Mientras lo leo, veo cómo mi recuerdo se remonta más allá de diez años, en todo el tiempo en que el somos amigos. Pienso, además, que en un sentido muy real muchas partes del libro reflejan de un modo inteligente y agudo (como es el mismo Manuel) una parte de su biografía emocional. Entonces aparece un recuerdo casi olvidado: la época remota en la que tomábamos un vagón de metro una vez a la semana y viajábamos por el mundo subterráneo de una Caracas que, en cierta forma, ya no existe: salíamos en Plaza Venezuela, entre tenderetes buhoneriles, recorríamos la calle de los hoteles, pasábamos por debajo de la autopista Francisco Fajardo y, luego, remontábamos a paso rápido las calles de Bello Monte para llegar al Centro Polo, donde nos reuníamos con un grupo de gente encantadora (entre quienes estaba mi querida Naftalina Bonn, a años de ser mamá de la bella Sofie Glamour).

Era el tiempo en que, si no recuerdo mal, Manuel estaba en el postgrado de psicología clínica del Hospital Clínico Universitario y yo estaba cerca de terminar el pregrado en psicología. Fue el tiempo en el que Manuel me hablaba de la poesía de Fernando Pessoa, a quien yo no conocía, mientras yo leía con ganas el díptico del cuaderno de navegación en un sillón Voltaire de Bryce Echenique y codiciaba las inmensas tetas de una rubia con ojos de un azul melancólico con quien, años después, terminaría teniendo un romance efímero y frío, como quien lee el Tractatus de Wittgenstein en una cervecería checa a las tres de la madrugada de un día domingo.

De ese tiempo me viene al recuerdo una conversación circunstancial que tuve con Manuel algún día: era sobre ese hermoso texto de Augusto Monterroso llamado Maleficios y Beneficios de Borges. En él, Monterroso describía todo aquello que le debemos a Borges. También describía todo aquello que no deberíamos seguirle debiendo.

Manuel (con toda razón) pensaba que justo esa idea podía aplicarse a la psicología canónica que estábamos aprendiendo en esos tiempos. Pensaba, por ejemplo, que existían ciertas cosas que debían aprenderse para luego olvidarse, para luego poder dedicarse uno a otras cosas.

Cuando ahora, a varios años de distancia, leo las páginas de Terapia para el Emperador y encuentro en ellas muchas de las historias que alguna vez le escuché al Manolo en la mesa de algún bar, en la terraza de algún apartamento en plena madrugada, no puedo dejar de pensar que algo de esa idea antigua está presente en sus páginas con absoluta lealtad: Manuel logra escribir un libro de psicología (o, más específicamente: de psicología del deporte) al tiempo que consigue la forma habilidosa de explorar algunas de sus obsesiones de siempre y, además, unas cuantas imágenes de lo que (supongo yo) ha sido toda una época de su propia vida.

Héctor Torres ha escrito una inteligente reseña sobre el libro que puede ser leída justo aquí. Héctor (quien no gratuitamente es un chamán), resume algo del espíritu del libro en este párrafo:

Manteniéndose en ese tono de anécdota, apelando en ocasiones a oportunas citas literarias, con ese ambiente de inteligente pero informal conversación con el lector, siempre dentro de esa metáfora del colectivo que es el equipo de fútbol (basándose en sus apuntes del juego local, apuntando nombres y trayectorias personales), Llorens repasa ciertos conceptos como el trabajo en equipo, la competitividad, el ego, el aprendizaje para el triunfo, el aprender a sobrellevar los fracasos, entre otros.

Pienso que es una observación cierta y rigurosa. Pienso que, además, el libro es la corroboración de lo mismo que propone: una forma elegante, leve, de enfrentar una serena reflexión sobre un oficio en apariencia condenado al fracaso y, al mismo tiempo, convertir ese mismo reto en un triunfo de la vida y la propia imaginación.

El libro se puede comprar pulsando justo aquí.

Imagen vía: Analítica.com