23 de agosto de 2007

Vagones




Cuando supe que la escritora mexicana Elena Poniatowska se ganó la edición de este año del premio Rómulo Gallegos, al fin suspiré. Es cierto que tengo cosas más importantes de qué preocuparme, pero aún así, me he pasado las últimas dos ediciones con la sospecha que en algún momento una reunión furtiva (entre archivadores descascarados, fotos desteñidas y torres de papeles viejos) en una oficina bolirevolucionaria acabará por decidir el valor estratégico de entregarle ese premio a cualquier chigüire de mala prosa (pero de excelente gañote y fidelidad a las causas virreinales de la bolirevolución) para comenzar, así, el final de una caída que empezó hace algún tiempo y que, sospecho, terminará apenas con una edición conjunta de la obra poética de Tarek William Saab, el vate Isaías Rodríguez y el inefable poeta defensor de la pena de muerte, Grüber Odremán, todo con primorosas ilustraciones de vasijitas y pimpinas timotocuicas destinadas a la lectura escolar acompañado por el CD de un musical de dos horas organizado por Joaquín Riviera.

Es cierto que apenas le he dado una que otra mirada rápida a algún libro de la Poniatowska, siempre de pie, en alguna librería; pero he escuchado comentarios alabadores de un trabajo que, a estas alturas, implica todo un largo recorrido por la literatura. Además (y aunque siento algo de pudor en decirlo), siempre me ha simpatizado que, en las pocas veces que la he visto, nunca ha dejado de parecerme el tipo de abuelita que me habría gustado tener (tuve dos, naturalmente, como todo el mundo, pero una murió demasiado joven y la otra era esquiva, maquinadora y cruel, como las brujas de los relatos de la infancia). En fin, el caso es que fue un alivio ver que quien se llevaba el premio este año era esa señora y que, sobre todo, el propio premio pueda mantener, si quiera un poco, una credibilidad razonable, independientemente de lo poco que algo como eso pueda importar.

Pensando en eso, hace cosa de unos días leí el discurso que pronunció (¿por qué siempre se dirá pronunciar?) cuando recibió su diploma y su premio. Íntimamente sentí un cálido estremecimiento de placer cuando la Poniatowska comenzó a hablar linduras de Rómulo Gallegos y a meterse con los militares que alguna vez tuvieron el deseo de durar mil años en la presidencia (la idea, como se sabe, no ha sido nunca ninguna originalidad). El placer tenía que ver, naturalmente, con el mal rato que hace unos años atrás les hizo pasar el escritor Fernando Vallejo cuando dijo sus tres o cuatro pesadeces respecto a esa tragedia a la manera del Pedro Páramo de Juan Rulfo que es el boligobierno nacional. Lo mismo hizo, en su momento, el propio Bolaño, cuando ganó el concurso con esa maravilla que fue, que es, Los Detectives Salvajes y, posteriormente, cuando fue jurado, se vió en la necesidad de pedirle al honorable grupo de funcionarios de la bolicultura que, en la medida de lo posible, se metiese un dinero que le adeudaban por el culo.

Con eso en mente, esta vez tardé poco para descubrir que el discurso de la Poniatowska fue, en efecto, un motivo de preocupación para el funcionariato. Eleazar Díaz Rangel, especie de único editor serio a los ojos del boligobierno (que, dicho sea de paso, publica casi exclusivamente en su periódico millones de dólares en anuncios de prensa en aras de la objetividad de encontrar quien diga lo que desea que se diga), escribía hace unos días un fofo articulito en el que insinuaba el desconcierto del bolifuncionariato al escuchar que la Poniatowska decía lo que cualquier persona con sentido común puede y debe recordar: que a Rómulo Gallegos lo derribó un gobierno militar y que, palabras más, palabras menos, los militares han sido una plaga infausta para América Latina durante años. Supongo que a Díaz Rangel le habría dado gusto encontrar algún pie de página en la que la buena señora insinuase que eso apenas era cierto para todo el mundo, menos para los gorilas que llenan el boligobierno de este país. Eso, al menos, es lo que sugiere esta superficialidad que se le ocurrió escribir:

Vino a recibir el premio internacional "Rómulo Gallegos", y sorprendió al auditorio del Celarg cuando habló de sus conversaciones en México con el maestro de la novelística venezolana.

Como Gallegos estaba exiliado
, derrocado por los militares, naturalmente ese fue tema de sus conversaciones, y ella lo dejó claro en sus recuerdos. Pero hubo quienes creyeron que quería establecer un símil con la Venezuela de hoy gobernada por Chávez. Yo se lo pregunté en una entrevista para TVes, y despejó cualquier duda, aunque reconoció que apenas conoce lo que está pasando en este país, si lo que recibe allá es la imagen que transmiten los servicios informativos internacionales, y fue ella la que me hizo las preguntas. Quiere saber mucho más.


El subrayado pedagógico, naturalmente, va por la casa.

Dejando a un lado lo bobo que podía ser un auditorium que se sorprenda por el hecho de que la Poniatowska conociese a Gallegos (como si Gallegos hubiese sido un marciano o los falsos platillos voladores que alguien quiso hacernos creer que aparecieron en Haití y no un señor parsimonioso y sereno que murió en su santa paz en el no demasiado lejano año de 1969); en realidad, lo más interesante del comentario de Díaz Rangel es el hecho de que la Poniatowska tuviese el deseo de querer saber más sobre lo que le ocurre a un país que vive una presidencia militar más desde ese chiste algo obsceno que es la llamada historia republicana. Para saber (o, al menos, creer saber) tuvo la oportunidad en la tarde de ese mismo día: la pobre viejecita tuvo que aguantarse un plantón de casi ocho horas frente al teniente coronel Hugo Chávez, en esa versión desangelada de la técnica del monólogo interior que es su programa dominical. Tal parece que llegados a ese punto ya había tenido la oportunidad de hacerse una idea. Esto fue lo que ella dijo:

“En México, cuando alguien fracasa, decimos que se le fue el tren, pero aquí en Venezuela creo que a Rómulo Gallegos jamás se le fue el tren y a usted tampoco se le está yendo el tren”.

“¡Bravo!, no se nos debe ir el tren”, respondió Chávez, quien dijo que las palabras de la escritora le hicieron recordar la canción Adelita (Sic y más Sic!). Entonces Chávez le agradeció emocionado el comentario y lamentó no tener un mariachi en el sitio. “¡Malaya, un mariachi!”. Enseguida dijo: “Quién tuviera la voz de Jorge Negrete para decirte: ‘Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar, si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar’ ”, cantó y recalcó la palabra “tren” para su invitada.


Como comentaba en una historia de cisnes anteriores, no se le puede pedir demasiado a un escritor cuando opina de las cosas del mundo. Apenas que escriba bien y eso, si acaso. No veo por qué motivo la señora Poniatowska tenga que saber que esa comparación entre Gallegos y Chávez es, en la práctica, una comparación imposible. Que Chávez representa, de hecho, mucho de aquello por lo que Rómulo Gallegos luchó durante los años de la dictadura. Que es, ni más ni menos, una personificación obesa y dicharachera de ese prurito moderno algo idealizado que el siglo XX calificó de lucha entre la civilización y la barbarie y del que la obra de Rómulo Gallegos es una expresión metafórica y a veces, (todo hay que decirlo) excesivamente pedagógica. En fin, se trata de una analogía parecida a alguien que, estando en Italia, decide encontrar el evidente parecido de italianos que podrían tener, digamos, Italo Calvino con Benito Mussolini.

Lo que sí vale la pena decir aquí es que ese entusiasmo súbito ante el teniente coronel Chávez estaba muy lejos de ser lo que ella misma intentó decirle a millones de mexicanos cuando hacía las veces de intelectual comprometida por la candidatura de López Obrador. En ese entonces, esta era su frase:

Desde el PAN atacan a López Obrador con puras mentiras: es mentira que tenga relación con Hugo Chávez...

De pronto podría ser verdad que no la tuviese. Sin embargo, lo que parece evidente en ese comercial publicitario es que, en esa época, tener relación con Hugo Chávez parecía no estar tan bien visto como lo está ahora, haciendo señales de despedida desde las ventanas de un mismo tren con música de Adelita. Un tren donde, por lo visto, la política siempre pasa primero.

En fin, allá ella y su manera de hacer política.

Una lástima, de todos modos, que la Poniatowska no hubiese tomado la inspiración que pudo haberle dejado este comentario de Rómulo Gallegos en la entrevista que ella misma comentó durante la entrega de su premio. Gallegos decía lo siguiente:

Cuando era joven para escribir Doña Bárbara, publicada en 1929 después de La Coronela, recorrí el llano. Fui al hato de La Candelaria y a otros en el llano de Apure. Teníamos una revista, Actualidades, que fue de Aldo Baroni y en la que publiqué varios cuentos. Quise dedicar un número a cada uno de los estados de la República y fui a Las Delicias para tomar notas para el reportaje sobre el estado Aragua. Cuando llegué el dictador Juan Vicente Gómez veía ordeñar a las vacas en compañía de sus amigos. Fue muy campesino. ¡Siquiera tuvo ese mérito! Una de sus distracciones era ver la ordeña en su finca de Maracay. Cuando me llamaron para que lo saludara no pude dar un paso. La tierra venezolana echó sus raíces y me impidió moverme. Me quedé alejado... No pasé la tranquera.


Imagen Vía:
Letralia