30 de diciembre de 2006

Una rueda que nunca para de girar

Me parece difícil alegrarse por el asesinato de Saddan Hussein, Barzan al Tikriti y Awad al Bandar, ocurrido en la pasada madrugada de Bagdad. Habría deseado otro desenlace, otro guión, otro fondo y otras formas. El ahorcamiento a Hussein solo viene a agregar, tristemente, un capítulo más en esa desmesurada enciclopedia de la locura que significa el ajusticiamiento del enemigo, culpable o no.

Lo que es peor: el ahorcamiento de Hussein se convierte en otro argumento más para ejercer un poder total de aquél que se cree poseedor de la más prístina razón. Matar a Hussein, pese a la inquina que se le podría tener, pese al inmenso desprecio que se podría sentir ante un sujeto que condujo a un país con un brazo de hierro por décadas, significa legitimar indirectamente otras sentencias análogas, otros gestos tiránicos.

Implica legitimar, por ejemplo, la estupidez del afortunadamente desaparecido ayatolá Jomeini, quien en el año de 19879 decidió, por una fatwa que le inspiró la justicia divina, (como suelen ser todas las malas justicias), dictar una sentencia de asesinato contra el escritor Salman Rushdie por el crimen de supuesta apostasía que significó la publicación de sus Versos Satánicos. Esa sentencia continúa vigente y, a la fecha, ya se cargó con la vida de 31 personas, si se cuenta a su traductor al japonés, así como las 30 personas que murieron quemadas en un hotel de turquía. Sus traductores al italiano y al noruego también resultaron, en su momento, seriamente lesionados.

Justificar el asesinato de Hussein también implica reconocer la legitimidad de una medida como la de la justicia del estado Libio (ese otro gran socio espiritual de la bolirevolución, por cierto), quien a finales de este año ratificó una sentencia de asesinato contra cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino, en un juicio en el que se les acusa (váyase a saber si de forma justa o no) de haber contagiado con el virus del VIH a 400 niños libios.

El razonamiento es casi más patético si se piensa, como puede observarse en algunos foros de discusión del país, que el ajusticiamiento a Hussein representa un motivo de satisfacción, dado el apoyo que el teniente coronel Hugo Chávez mostró alguna vez con tíbia simpatía hacia su gobierno. (De hecho, fue el primer presidente que le propinó una visita después de la guerra de 1991). La cosa no va, no puede ir por ahí. Después de todo, el boligobierno del teniente coronel Chávez es una tragedia y sus alianzas internacionales son, posiblemente, lo más parecido al asco que nuestra historia nos ha dado la mala oportunidad de conocer, pero nadie gana nada por el hecho bárbaro que algún tribunal guapetón se despache a alguno de sus compadres. En realidad, actos de esa naturaleza son, de hecho, el motivo por el cual existe alguna minoría que no tiene previsto la obsecuencia a la redención camorrera que nos ofrece su boligobierno.

En fin. Es mucho más que una lástima que Hussein no haya sido sometido al trato que debieron recibir las personas que exterminó: una justicia libre de perturbaciones políticas, una condena justa. Sentenciar a Hussein a la pena capital por el ajusticiamiento de 148 chiítas implica, visto en seco, efectuar un acto análogo del cual se le acusó. Es dejar que la rueda continúe en su lento, en su aletargado, en su eterno movimiento.

Ninguna muerte se justifica, ninguna muerte vale la pena. Jamás. Ni siquiera la muerte de los personajes más ruínes.

Como un carámbano informático, casi al terminar de escribir este post, en búsqueda de algunos links pendientes, me encuentro, vía Tapera, con esta brillantez de artículo escrito por Robert Fisk, quien alguna idea parece tener sobre estas cosas. No encuentro un mejor epílogo para la ironía.

27 de diciembre de 2006

Una vieja foto de familia (2)

«Can't you hear, can't you hear the thunder?
You better run, you better take cover»

Land Down Under. Men at Work.



Yo nací en una ciudad vasta y plana. Una ciudad que ahora, con los años, descubro que no existe porque sus imágenes más preciadas, aquellas que vienen arrasadas por la ternura, por la nostalgia, se han ido borrando en ese movimiento lento, sigiloso que tiene la vida.

Mi recuerdo está lleno de un patio en el que un septiembre apareció repleto de arbustos de manzanilla. En mi recuerdo existe un árbol desde el que caían gotas redondas y frías aún después que había pasado la lluvia. Una calle del centro con edificios bajos de fachadas adustas, con líneas de tendidos eléctricos que se dibujaban sobre un cielo de plomo. Tiendas por departamento donde vi una que otra vez los objetos de la fascinación: fotos de los blancos soldados del Imperio que me atemorizaban, imágenes de un pequeño robot de juguete que codicié furtivamente. Existe una tarde en la que mamá cocinaba dentro de una cocina de una casa que ahora sólo existe en las fábulas, mientras yo jugaba desde el patio repleto de árboles. En ese recuerdo mamá es joven, viste una bata de un verde pálido y tierno y se escucha, en el antiguo tocadiscos RCA Victor una canción de Joan Manuel Serrat. Recuerdos privados, naturalmente. Imágenes mínimas, emotivas, con las que se puede estar en paz, con las que se puede ir a la cama en silencio, agradeciendo íntimamente algo a la vida.

Uno está habitado de imágenes. Quizá, en lo más profundo, no se es otra cosa que esas imágenes. Papá tarde en la noche, sentado junto a mí en el porche de nuestra casa, enseñándome un cielo que nunca jamás ha sido tan inmenso. Mamá explicándome el por qué de los truenos. Unos juguetes que yacen tumbados en un patio trasero mirándome desde su indefensión de plástico, desde su desdén inexistente, el placer de formar una historia con ellos, el disfrute de comprender sin palabras que la imaginación es el refugio, el lugar de los presentimientos.

La ternura es un gesto. La nostalgia es un breve pálpito humano. Una visita silenciosa de un viejo álbum de imágenes que se han quedado fijadas en un lugar remoto del recuerdo. A veces sopla el viento y es como si se pudiese ver el paso de su páginas de cartón con cubierta de plástico; es justo entonces cuando uno piensa que a final de cuentas, las imágenes narran en silencio las más íntimas historias, pero estas historias deben permanecer flotando en un limbo desde el que no es posible decirlas. Se sabe, además, que no importa. No hay otro deseo que no sea agradecer, agradecerlo todo, incluso aquello que se ha ido para siempre.

21 de diciembre de 2006

Todo turismo es ingenuo (1)

The young American couple arrived at the hotel very tired, having been ten days in Kenya, where they had seen and photographed lions, leopards, cheetahs, hyraxes, oryxes, dik-diks, steinboks, klipspringers, oribis, topis, kudus, impalas, elands, Thomson's gazelles, Grant's gazelles, hartebeests, wildebeests, waterbucks, bushbucks, zebras, giraffes, flamingos, marabou storks, Masai warriors, babbons, elephants, warthogs, and rhinoceroses --everything hoped for, indeed, except hippos. There had been one asleep in a pool in the Ngorongo Crater, but it had looked too much like a rock to photograph, and the young man of the American couple had passed it by, confident there would be more. There never were. It had been his only chance to get a hippopotamus on film


John Updike. Ethiopia.

17 de diciembre de 2006

Exposiciones Espontáneas (8)

14 de diciembre de 2006

Un poquito mejor

Es casi imperceptible, pero esta semana el mundo vuelve a ser un poquito mejor.

Navegando a propósito de esa estupenda noticia de salubridad pública me entero por ahí de esta anécdota que viene a añadir una nueva entrada a la enciclopedia de las curiosidades jurídicas (si es que tal cosa existe o pretende existir, claro):

En enero de 1978 un tribunal italiano condenó a un policía llamado Eugenio D’Alberto por proferir una “ofensa imperdonable” a sus superiores: les había llamado “Pinochet”. El juez dictaminó que este término era una “calificación injuriosa”, ya que les acusaba de ejercer el mando con “métodos de naturaleza autoritaria y represiva” (Azócar, Pablo: Pinochet, epitafio para un tirano. Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1998)

Ah, cuántos sinónimos contemporáneos pueden sumarse a semejante calificación injuriosa.

En casos así, uno tiende a pensar que la sabiduría de la naturaleza representa (y muy en serio) el más refinado depurador de ese voluminoso y aburrido diccionario de la infamia que con tanta aplicación se ha escrito a lo largo de los años.

Sólo queda entornar ligeramente los ojos y decir, con fe, con vengativa calma, con juventud: "el siguiente, por favor".

9 de diciembre de 2006

"Boom! Boom! Boom!"


Una corroboración de que nadie sabe para quién trabaja: hace dos días se cumplió el aniversario número 65 del ataque a Pearl Harbor. Aún así, es posible que lo poco que quede de ello sea, de pronto, ese bodrio de interpretación que, en su momento, nos infringió Mr. Affleck en una película cargada de demasiada azúcar autocomplaciente como para no temer, con horror, un coma diabético, o incluso algo peor.

No tengo el propósito de ponerme pedante y simular algo que no soy: un profesor de cabello blanco, lentes de doble foco y sweater desteñido, interpretando a un lúcido lector de la historia en mitad de un auditorium donde sólo existe la compañía del silencio o, a lo sumo, el chirrido de una barra de tiza contra el falso cesped marchito y pisoteado de un pizarrón. Aún así, supongo que no es demasiado loco proponer que Pearl Harbor, a su manera, cambió parte de la historia del siglo XX en la medida en que dio inicio a ese furor de policía del mundo en que los EEUU acabó por convertirse con el paso de los años.

Al menos en mi mitología personal, Pearl Harbor implica, sobre todo, el primer eslabón en una cadena de venganza y retaliación mezclada con locura que comenzó con el ataque de Doolittle contra, ¡nada más y nada menos: el propio Japón! (los signos de exclamación son sintomáticos: repiten un programa radial con propaganda de guerra, pero asumen, al menos, que alguien puso la carne en el asador). El ataque de Doolittle habría sido más que suficiente para la lógica del toma y daca; sin embargo, no pareció serlo para el sentido de la autocomplacencia gringa, expresado de un modo prístino años después en un film como Tora! Tora! Tora!, donde un guionista inspirado pone en boca del almirante Yamamoto toda una apología (probablemente apócrifa) sobre el despertar del gigante dormido, al mejor estilo de quien cuando no la gana, al menos la empata. Para entendernos: una cosa es el bombardeo de la escuadra de Dolittle sobre Tokio como respuesta enfática y otra, muy distinta, el horror de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, posiblemente una de las acciones retaliativas más excesivas y bochornosas de toda la historia humana.

Pero el ataque a Pearl Harbor implica algo mucho más sutil en lo que también conviene pensar: implica lo que le puede pasar (y de hecho le pasa), a más de uno cuando no toma sus respectivas previsiones. Dicho de un modo más directo: para lo que pueda valer, la madrugada del 7 de septiembre de 1941, se activaron al menos cinco alarmas de un posible ataque, cada cual asumida con más ineptitud que la anterior.

Para nada. Sólo para que Ben Affleck amaneciese, si la memoria no me falla, en mitad de una borrachera pobremente heróica, con una resaca del tamaño de los torpedos que hundieron irremisiblemente a un buque como el Arizona.

La conclusión es obvia: ser una víctima a quien volvieron papilla una vez es una cosa, y se lamenta. Eso ocurrió con Pearl Harbor y ocurrió, para una nueva generación, con el World Trade Center (un edificio que, dicho sea de paso, fue construido años después por Minuro Yamasaki). Convertirse, como es el caso gringo, en una suerte de máquina de retaliación a escala planetaria es otra cosa y se ve, en el fondo, muy mal y es un exceso. Sería tanto mejor comprender que si estás en peligro de que te caiga toda una caballería imperial con más de trescientos aviones zero repletos de artillería y no te has dado cuenta, siempre será mejor que consideres que hay algo de bizarro en tener el cerebro anegado de cerveza caliente y el patetismo estético de cargar un arreglo de guirnaldas con flores de Honolulu colgado al cuello, por poner un sencillo e ilustrativo ejemplo, en lugar de salir en singular venganza a destruir lo que queda de mundo.

Bueno, eso más o menos.

3 de diciembre de 2006

Pavana a 3D(edos), Reloaded

1.35 am. 3D
(Where have all the cowboys gone?)

Todo está tan tranquilo, dice a mi lado en el estacionamiento el vecino del 9D, mirando al mismo lugar al que yo miro: las luces parpadeantes de Lomas de la Trinidad. El vecino del 9D suspira y le da un vistazo a la llama de su tabaco. No lo dice (es un tipo aún joven, en un estilo vagamente diletante y corporativo, de maneras suaves), pero se entiende que quiere hacer alusión al signo de interrogación que pende sobre el cercano amanecer cargado de presagios.

Es lo sabido: para muchos, el 3D, ese momento en el almanaque que en pocas horas comenzará a estallar con los fuegos de artificio del amanecer, es el día en el que muchos han decidido inventarse como el último movimiento. La jugada decisiva de un ajedrez demasiado costoso, demasiado predecible que estamos jugando desde otro diciembre ya remoto: el de 1998.

No creo que el vecino del 9D, fumando su tabaco con concentración, con calma, con un correcto corte de cabello lo piense así. Se, al menos, que no es lo que pienso. El 3D será un día largo, tenso. Posiblemente un día con malas noticias: el probable reinicio de una espiral de fanatismo y miedo que ya es conocido. Una mala caricatura de la historia (aunque esa pueda ser, también, una manera de escribir la historia), no mucho más que eso. El Apocalipsis es campaña electoral. El Apocalipsis es un laboratorio que nos invita a jugar un juego de espejos que se mueven en una habitación a oscuras.

Las elecciones de las próximas horas no son, en todo caso, el motivo por el cual estamos de pie, en mitad del estacionamiento, casi a las dos de la madrugada, con una linterna y un pito. El 3D no me deja insomne. Estoy despierto por un motivo infinitamente más vulgar, más concreto que, creemos, poco tiene que ver con el grito sordo de la histeria, con el rumor. Pasa que la noche anterior el vigilante del edificio notó un movimiento extraño junto al portón eléctrico del estacionamiento. Una camioneta con cuatro hombres vestidos de negro permanecía estacionada en un lugar cercano: (arropados por la estrecha oscuridad de la noche, si es que acaso vale la pena tener algo de humor para un dudoso giro metafórico). Dos se bajaron. Merodearon junto al portón eléctrico. Un vecino hizo algunos disparos disuasivos. Dos, tres horas después, una patrulla de la policía le explicó a la junta de condominio que eso era de esperarse: estaban fichando algún carro. Quizá la moto BMW de un vecino. Los dos días siguientes serían días de acuertelamiento policial. La ciudad, ese objeto parpadeante y violento que es Caracas, habría de pasar dos noches bajo el imperio del más malandro. La recomendación de la policía: formar, junto al vigilante de guardia, pequeños grupos de vigilia durante la madrugada.

Es, precisamente, lo que ahora hacemos. Cumplir un turno.

Esperar en plena madrugada es, sin embargo, algo aburrido. Me sirve de poco saber que, horas antes, un helicóptero sin luces ha recorrido la ciudad de Caracas. Me sirve de poco que el hijo de la pareja del 8C que acaba de llegar se detenga un minuto junto a nosotros y nos cuente que hay gente lanzando bolsas de basura en las calles.

Solo queda conversar. Matar el tiempo. El vecino del 9D me pregunta qué creo yo que pase, al amanecer de este mismo día. Le respondo con honestidad. El vecino asiente, se lleva el tabaco a la boca. Inhala. Me sonríe con tristeza. Y aunque no puedo ver mi rostro, se que sostengo una sonrisa parecida.

Me viene a la mente una estrofa de Pink Floyd en la que pienso en estos días:

Mother, should I run for president?
Mother, should I trust the government?
Mother, will they put me in the firing line?
Ooooh aaah,
Or is it just a waste of time?


Una pavana. La madrugada está musicalizada con una pavana repleta de ironía.

3.15 am. 3D
(In foresta nostra)

Suelo ser perezoso para asuntos comunicacionales demasiado cercanos en el tiempo. De hecho: en las últimas semanas me la he pasado bastante interesado en pensar en cosas como la placa del monasterio belga de Stavelot-Malmédy, esa que dice:

In foresta nostra nuncupata Arduenna, in locis vastae solitudinis in quibus caterua bestiarum geminat

Supongo que no es una excusa. El caso es que es sólo en la madrugada de hoy cuando me entero con propiedad de la iniciativa de to2blogs, disparada por LuisCarlos, desde su Periodismo de Paz: la construcción de un lugar que recolecta la información publicada en diversos blogs de la comarca sobre el 3D.

Se puede visitar pulsando justo aquí.

9.40 am. 3D.
(O una viñeta a la Esperanza)

La niña Argonáutica
, como es de esperar, tiene hasta ahora muy poco interés por el mundo. Tiene, por suerte, mucho menos interés por las elecciones de este día. Aún así, asume una actitud filosófica, se deja colocar en el canguro y acompaña a su mamá hasta el centro de votaciones.

Al salir, un camión de propaganda chavista, (contradiciendo las reglas más elementales de publicidad y propaganda), hace su recorrido en la cercanía del centro de votación provisto con cornetas a todo volumen.

La niña Argonáutica, su mamá y yo venimos bajando una pendiente cercana, después de haber votado. Intentamos taparle sus oídos, protegerla del rudio. Arriba en el camión, el operador de las cornetas lo nota y, como en el detalle inesperado de un cuento fantástico, baja por un instante el volumen.

Se lo agradezco, en silencio. Al hacerlo, no puedo dejar de desear que, una vez ratificado el bolimilitarismo, al menos algo en el imaginario del chavismo pueda hacer plausible pequeños gestos de ese tipo. Pequeñas digresiones ante el cinismo y el abuso.

11.00 am- 8.50 pm. 3D.
(Civilia)

A uno lo rescata la locura de los buenos amigos: léase este playlist para un domingo cualquiera, por ejemplo:

Supongamos que uno está en una cola de gente que no existe, esperando para ejercer un derecho que alguna vez convirtieron en deber y ahora resulta ser privilegio, migajas de ilusión que otorga el emperador.

Supongamos también que luego de unos tiros, uno se resigna, ‘otra forma de derrocar a un gobierno es votando’, uno dice, miente.

Queda entonces, como siempre, el celebro, último bastión. Quizás para mantenerlo en forma no estaría de más ejercitarlo con esa música que, para mortificación de muchos, cada quien asume para su causa.

Prohibido Olvidar, Rubén. Discursitos mediáticos y viejas locas aparte, pobre del país

Sal pa’fuera, Puya. Cabilla para botar a quién sea. El otro día escuché a unos locutores de una de las emisoras del estado alabando la música contestataria de estos puertorros. Como en cualquier episodio en el que un gobierno se porta como pisoteada oposición, me pareció un tanto imbécil, un tanto tierno.

Canción en harapos, Silvio. Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir / la caravana en harapos de todos los pobres. En otras palabras, ¿Ah, tú te la tiras de socialista, humanista y solidario? Bueno, vamos a darle pues.

Políticos paralíticos, Desorden. El tema que deberían enseñar en los salones de clase para acabar con los tarados sociales (inclusive aquellos que lideran grupos de rock)

Gimme The Power, Molotov. ¿Por qué estar siguiendo a una bola de pendejos?. Así es, puto!

Sunday, Bloody Sunday, U2. Nadie como Bono para transformar un hecho horrible en un tema militante y digerible.

Botas Locas, Sui Generis. Los intolerantes no entendieron nada, ellos decían guerra, yo decía no gracias. Amar a la patria bien nos exigieron. Si ellos son la patria yo soy extranjero.

Sr. Cobranza, Bersuit. Todos transan. Una de las mejores explicaciones de por qué en Latinoamérica pasa lo que pasa. Que este tema pudiese ser grabado es un hecho singular que habla volúmenes sobre la libertad de expresión. Gobierno que se jacte de ser progre y humanista primero que se cale esta canción y después hablamos.

Anarchy in the U.K., Pistols. Si nada funciona y persiste la rabia, siempre hay otra manera. It’s coming sometime.

10.03 pm. 3D
(Pasticho)

Tiby aparece en cadena nacional, justo en el momento en el que estoy del otro lado del microondas, mirando cómo gira una ración de pastillo. Dudo si acometer el asunto o dejarlo para después. Lo pienso solo por un momento. Concluyo que, poco importa que me siente a cenar o lo deje para luego. Me decido por lo primero y eso me es de utilidad para comprobar dos cosas:

1. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, siempre sabe mejor un pasticho casero.

2. Todo parece indicar que el mundo no se está acabando tanto que se diga.

11.00 pm. 3D
(The show must go on)

Ya a las 11.00 pm lo único que se puede hacer es agradecer el sentido común para aceptar la obvio. Aún así, vale, y vale mucho. La pavana a 3d(edos) al fin termina. No hay ningún gesto falsamente heróico, o estúpido. Por suerte, no tiene por qué haberlo. Sólo un suspiro de alivio al pensar que, pese a todo, la sensatez puede ganar a la locura. El deseo de comenzar donde debió comenzarse tanto tiempo atrás: asumiendo que la vida también puede vivirse siendo minoría. The show must go on. Apago el televisor pensando, con sereno fastidio, que a la 1.00 am me toca, de nuevo, mi turno de estacionamiento. Afuera cae una lluvia leve y apacible, modesta, como en una vieja alegoría.