30 de abril de 2006

Volar como la pólvora

Mi única experiencia con el valenciano ha sido, quizá, el speech que algún día le escuché al pana Linus en una fiesta caraqueña a principios del 2.000 o algo así y en la que, por lo que recuerdo, Naftalina Bonn sonreía enternecida ante tanta inspiración levantina. Lo recuerdo pues, justo hoy, a través de El Cuaderno de Taganga de Juan Carlos Chirinos, caigo en un video de El Koala y, dentro de él, a una canción que ha estallado en la red: yo viacé un corrá. O yo via jasé un corrá. O incluso yo viazé un corrá.

Como ocurre con tantas otras cosas de las que con el tiempo no nos sorprenderemos, uno de los elementos más curiosos del éxito de la canción de El Koala está en que, precisamente, logra pegar duro en España como consecuencia de su difusión por internet, lo que le ha convertido, a juicio de algunos, en un punto de antes y después de la promoción musical por la red españoleta. Una bomba por la que el Koala, o Jesús Rodríguez, tenía ya veinte años trabajando. En sus palabras:

Yo empecé moviéndome por los baretos con mi guitarrita. Luego intenté en Madrid que las discográficas me hicieran caso, pero nada. Todos sabemos cómo funciona este mercado, que no se atrevía con mi rollito rústico, con las letras del campo. Por fin apostaron por mí y desde entonces hemos ido luchando humildemente. Hicimos un videoclip que alguien colgó en Internet. Allí ha sido una bomba, y ha volado como la pólvora. Tengo que agradecer muchas cosas a mucha gente, pero desde luego especialmente a quien lo colgó por primera vez, que no sé quien fue.

El video se puede ver aquí, junto con algunos comentarios de fascinación y odio hacia eso que, por lo visto, es dado en llamar el rock rústico: ascendente del agropó, sea lo que sea que eso musicalmente signifique.

Aquí se puede leer la letra.

Supongo que se trata de un tema lo suficientemente fuera de lote como para producir una reacción demasiado estandarizada. Aún así, independientemente de lo que sea, la cancioncita despierta una sonrisa fresca en mitad de un día que anticipa, entre nubarrones dispersos, el inicio de la magia del tiempo de lluvia.

Pinto y me voy (3)


Mark Ecko tiene una característica que le diferencia, en forma sustancial, al resto de los promotores del graffiti: es millonario. Es dueño de Eckö Unlimited, una compañía que se define en los siguiente términos: "The World-Famous Rhino Brand. A fashion-based cultural compass pointed squarely at the new world market and commercial success" O dicho en otra forma, si se lee entre líneas: un negocio jugoso que saca buenos dividendos de la comercialización de la moda contra-cultural. La punta de lanza comunicacional de Eckö Unltd es Complex.com, una revista repleta de imágenes de skateboard, jóvenes negros en pose y modelos lúbricas y refinadamente obscenas bajo una buena iluminación que promociona, desde luego, una que otra ropita bastante cool producida por el mismo dueño de la revista.

Hasta aquí, nada demasiado interesante, nada demasiado conmovedor. Lo curioso viene con un tubazo comunicacional que el pana Mark Ecko se permitió a finales de marzo o principios de abril. Fue este: mostrar un video en el que, al parecer, graffiteaba un tag sobre una turbina del Fuerza Aérea Uno, el avión presidencial de los Estados Unidos.

El video de ese episodio puede verse aquí, bajo el título: Mark Ecko tagging Air Force One.

No conforme con eso, Ecko grabó otro video (en realidad, un video-manifesto) en el que explicaba por qué hizo lo que hizo. El video tiene, por cierto, una que otra frase memorable. Por ejemplo: "el presidente es el líder de este país, su principal responsabilidad, su obligación, es proteger nuestras libertades. Y lo primero que nosotros demandamos es nuestro derecho a hablar. Por eso fue que graffitié el avión del presidente". El resto del material explica, entre otras cosas, el sin sentido de la prohibición del graffiti dentro de un país que se presupone libre.

Al terminar de escuchar su manifiesto a uno no le quedan muchas otras alternativas que estar razonablemente de acuerdo. La sonrisa de aceptación comienza a desvanecer cuando comprobamos dos o tres malas noticias. La primera de ella: el video es falso. La peor: Mark Ecko sustuvo la supuesta veracidad de ese video hasta pocos días después de la aparición del primer video-juego producido por su compañía, titulado Getting up: contents under pressure. Así las cosas, el tag sobre el Air Force One acabó siendo lo que uno, utópicamente, no podía imaginar que podría ser: una inteligente campaña promocional cuyos costos apenas implicaron el alquiler de un boing, algo de pintura, una cámara de mano y un modesto potecito de spray.

Es una lástima pensar que, pese a la pequeña venganza poética que significa ver un tag sobre el avión de un mafioso, en realidad, todo comentario al respecto termina siendo, involuntariamente, una propaganda a un negocito. Incluido este post.

¿A qué me recuerda eso?

29 de abril de 2006

Aquí estuvo un post

Aquí, justo en este lugar, estuvo un post durante todo el día de hoy. El post, sin embargo, estaba incompleto: cuestión de fotos, enlaces, pequeñas manías. El post queda, entonces, temporalmente fuera de juego. Por lo pronto, sólo esta aclaratoria.

Ah, sí. Y algo más: una pregunta que no me abandona durante todo, todo el día. La pregunta es esta:

¿Qué pasaría en Venezuela si no existiera Pepeganga?¿Ah?

27 de abril de 2006

Exposiciones Espontáneas (1)

25 de abril de 2006

Al lado del camino

La última vez que vi a Lennis fue, creo, el año antepasado. Era una de esas noches de noviembre en las que me estaba ocurriendo algo que no deja de ocurrir con una periodicidad obstinada, inquebrantable: cumplía años.

Desde entonces, apenas si de tanto en tanto hemos tenido alguna conversación eventual por teléfono que, de un modo exacto, me suele dejar con dos impresiones muy claras. La primera: que pese al poco contacto que tenemos en una ciudad repleta de niños, trabajo, trancas infernales, altas horas de la noche y todo ese festín de complicaciones, ella es una persona con un lugar ganado dentro de mi afecto. La segunda: que conversar con Lennis es una experiencia leve, interesante y amable.

La historia viene a cuento pues, justo en estos días, Lennis al fin se ha decidido a abrir su propia bitácora: al lado del camino.

En su post de presentación, dice:

(...) Estas son las notas que escribo sobre lo que me mueve en la vida, en este momento del camino en que me detengo por razones forzadas. Un año sabático para ocuparme de esas personas chiquticas que amo y que atentan contra la cordura de quien solía hacer más cosas de la que hace actualmente. Una manera de conectarme con el exterior, con quien va por la vía, de pedir la cola antes de empezar a caminar, de comentar libros y películas (lo que me gusta), de la rutina y sus trampas (lo que a duras penas soporto)

Puesto que soy un convencido de que, después de todo, los blogs tienen sentido en la medida en que uno lanza botellas al mar sabiendo que, en algún momento, del otro lado de la costa encontrará a los amigos, no puedo dejar de alegrarme de esta nueva botella que flota con la misma leve amabilidad de su conversación en estos mares agitados.

Otras posibles conversaciones pueden seguir en este post, que guarda todo el gusto de un diálogo que continua.

23 de abril de 2006

Postalgia


Decir que se acabó la belle époque es una frase inquietante.

A propósito de ese cierre, bajo la excusa de ese cierre, el pana Manuel Llorens ha compuesto una hermosa, una delicada postal nostálgica que habla de la Belle, a la vez que una imagen estroboscópica señala un montón de arquitecturas de lugares móviles, de continuas mudanzas a otros lugares, a otras cartografías y así a otro sitio, y otra esquina, hasta completar una definida postalgia de algo que, después de todo, somos nosotros mismos contra ese telón de cerro encumbrado y noche lumínica que es Caracas.

Esa postalgia se lee justo aquí.

Se lee, por cierto, gracias al buen tino del Chamán Héctor Torres, quien no gratuitamente nos ha acostumbrado a un estilo de bateo de puras líneas de hit editor.

18 de abril de 2006

De grandes luchas infames

Me interesa poco (por no decir nada) el fastidioso renglón de los orgullos literarios nacionalistas. Me es indiferente que a don Rómulo Gallegos lo publicasen con fruición a propósito de sus vastedades llaneras, o que justo en este momento un poeta rabioso y desconocido esté componiendo una Oda romántica y decisiva a propósito de la figura del árbol de apamate (árbol que, por cierto, no podría diferenciar ni remotamente entre tantos otros). Me es indiferente que el furioso Rufino Blanco Fombona fuese alguna vez un candidato pesado para el premio Nobel, tanto como que Andrés Bello compusiese alguna vez un poema espantoso llamado Silva a la agricultura a la zona tórrida, que no sólo parece atormentar a los estudiantes venezolanos, sino además a los pobres chilenitos que no le hicieron daño a nadie.

Sospecho que es una cursilería constuir un fanatismo histérico y afectado sobre una tradición literaria nacional, cuando la literatura es un texto inmenso, desmesurado, y sus herederos somos todos aquellos que por algún motivo sintamos el deseo de acercarnos a sus mundos alucinados.

Un programa literario nacional es, será siempre, no sólo un exceso: también será un abuso. El único programa literario que vale la pena seguir será siempre aquél que nos acerque a la buena literatura, aquél que sea capaz de conmovernos, de encontrar maneras estéticamente sensibles de recomponer el mundo sobre el trazo de unas moscas de azogue que son todas las letras, todas palabras. Poco importa si eso es escrito en Upsala o en la palpitante población de Chaguarama de Loero.

Aún así, comprendo que todo proceso literario es un proceso que tiene algo de colectivo, que ocurre dentro de un zeigest, y es por ese motivo que siempre es un gusto cálido y emocionante saber que personas que están en tu mismo paralelo geográfico están haciendo cosas que valen la pena, cosa que puede verse perfectamente reflejada en páginas dedicadas a estos territorios como es el caso de Ficción Breve. El gusto por esos logros naturalmente es mayor cuando se trata de alguien a quien conoces y aprecias.

En definitiva, supongo que este país se escribe muy buena y muy mala literatura, como en cualquier otra parte del mundo. Tengo la impresión y el gusto de contar entre mis amigos y personas que aprecio a unos cuantos escritores y escritoras que escriben, precisamente, parte de esa buena literatura.

Digo esto pues, en el 2004, a los 17 años, Enza García ganó el VII certamen literario Cuento Contigo: Nuevas Voces Jóvenes, de la Casa América, en España, con el cuento titulado "La parte que le tocó a Caleb". Este año, apenas unas semanas atrás, Enza viajó a España para recibir su premio que contó, por cierto, con el notorio mérito de recibir una publicación por parte de la editorial Siruela.

De regreso de su viaje, Enza colocó algunos comentarios en su blog, Crónicas a Destajo, sobre lo que significó para ella esa experiencia. El último post relata (incidentalmente, como debe ser), el escalofriante episodio de confrontación con la estupidez que significa encontrarse con un fanático de la lucha asimétrica y falsamente libertaria a la vuelta de cualquier esquina equivocada. El turno, esta vez, le tocó a un insigne guerrero: el general retirado Arévalo Méndez (¡Dios, qué perversión al sentido de país tener que toparse con un militar en cualquier lado!), quien debería hacer las veces de representante diplomático de este país y de sus ciudadanos, pero quien en la práctica pareciese más bien ser el corajudo, el aguerrido representante de un gobierno y un modo de ser ciudadanos. Eso, y un perspicaz crítico literario.

En fin, Enza lo cuenta mejor, y con detalle. Mejor darle la palabra. Su post es este:


Y ahora con gusto les voy a contar sobre Arévalo Méndez, el embajador de Venezuela en España. El día del acto de entrega del Primer Premio del VII y VIII Certamen Literario Cuento Contigo: Nuevas Voces Jóvenes nos informaron a mí y a Taña que los embajadores de nuestros países habían sido invitados al evento. A la hora del almuerzo, luego de una linda rueda de prensa, en Casa de América recibieron una llamada de la embajada de nuestro país insólito, para explicar que el embajador de Venezuela no iba a asistir al acto pues consideró que La parte que le tocó a Caleb es un cuento antichavista. Se pueden interpretar varias cosas. Una de ellas, quizás guiada por mi tonta vanidad, es pensar que a ese funcionario le pareció que yo -una carajita que no conocía otros "mundos"-, soy una forma de amenaza para su reino. O que es verdad que en este país insólito la meritocracia quedó sepultada por el surgimiento de una intelectualidad militar o popular o socialista o qué sé yo qué demonios que no sabe distinguir entre la política y el arte, y que por ello los funcionarios que nos representan en otros países tienen esa estrecha visión del asunto literario, porque en el fondo, no tienen cultura. Quizás como soy la afectada del hecho (y no porque no haya ido el embajador, sino por la vergüenza que pasé frente a todos, tratando de explicar cómo son las cosas aquí ahora) no puedo tener una visión objetiva del asunto. Por ello los invito a que traten de explicarme qué fue lo que pasó realmente.


Actualización
Jueves, 20 de Abril, 2006


H. Tower ha escrito un lúcido reportaje sobre la lucha diplomática que el General-Embajador Arévalo Méndez conduce desde España. El reportaje incluye, por cierto, un fragmento del cuento de Enza, cosa que se agradece. Todo eso puede ser leído pulsando este link.

16 de abril de 2006

Tres carvers


Los domingos son largos, fatigados. Quizá por eso, de tanto en tanto siento el impulso de ajustar cuentas con mis archivos, inspeccionar las gavetas, los estantes de la biblioteca.

Entre tantos papeles inservibles, entre tanta mecanografía olvidada, me encuentro con una copia con tres poemas de Raymond Carver. No me animo a deshacerme de ellos. Al menos no del todo.

Hago las pases con el olvido: aquí los copio.

The Current

These fish have no eyes
these silver fish that come to me in dreams,
scattering their roe and milt
in the pocket of my brain.

But there´s one that comes--
heavy, scarred, silent like the rest,
that simply holds against the current,
closing its dark mouth against
the current, closing and opening
as it holds to the current.

Fear

Fear of seeing a police car pull into the drive.
Fear of falling asleep at night.
Fear of not falling asleep.
Fear of the past rising up.
Fear of the present taking flight.
Fear of the telephone that rings in the dead of night.
Fear of electrical storms.
Fear of the cleaning woman who has a spot on her cheek!
Fear of dogs I´ve been told won´t bite.
Fear of anxiety!
Fear of having to identify the body of a dead friend.
Fear of running out of money.
Fear of having too much, though the people will not believe this.
Fear of psychological profiles.
Fear of being late and fear of arriving before anyone else.
Fear of my children´s handwriting on envelopes.
Fear of they´ll die before I do, and I´ll feel guilty.
Fear of having to live with my mother in her old age, and
mine.
Fear of confusion.
Fear this day will end on an unhappy note.
Fear of waking up to find you gone.
Fear of not loving and fear of not loving enough.
Fear that what I love will prove lethal to those I love.
Fear of death.
Fear of living too long.
Fear of death.

I´ve said that.

The scratch

I woke up with a spot of blood
over my eye. A scratch
halfway across my forehead.
But I´m sleeping alone these days.
Why on earth would a man raise his hand
against himself, even in sleep?
It´s this and similar questions
I´m trying to answer this morning.
As I study my face in the window.

8 de abril de 2006

Heridas Líquidas


No había caído en cuenta, lo hice el miércoles: uno no piensa en el Guaire, uno cree pensar en el Guaire. Uno no tiene una imagen del Guaire. Uno en realidad cree tener una imagen del Guaire. Esa imagen es un espejismo. Ese espejismo es pertinaz; pero, sobre todo: ese espejismo es aún más fuerte que la realidad.

El miércoles, después de escucharlo por cuatro, cinco, seis horas, después de mirarlo largamente, después de detallar un segmento de su margen, un recodo de sus cañerías, el moho de sus paredes de concreto, acabé por hacerme a la idea que jamás le había dado un lugar que no fuese la superficialidad del pensamiento, un esquema resbaladizo, pobre. Una falsa ficha dentro de un conjunto de vagas geografías. Esa ficha, sin embargo, es más fuerte que la misma realidad. Esa ficha es la única ficha posible.

Me tocó en la tranca, durante las protestas de ese día, a doscientos metros del punte de Los Leones. La noche anterior se supo del asesinato de los tres hermanos Faddoul y de su chofer, Miguel Rivas. Los Faddoul vivían en Vista Alegre. Ahora los vecinos trancaban la autopista.

No estaba en desacuerdo con la tranca. En la cola casi nadie estaba en desacuerdo con la tranca de la autopista. Una dolorosa fatalidad, como tantas otras dolorosas fatalidades que nos toca vivir a diario en un país que es, a su manera, una forma de la locura. Un empresario italiano asesinado la semana anterior. (Pump, pamp. Dos tiros, algunos otros episodios sórdidos de los que no me he querido enterar. Se acabó lo que se daba). Ahora la noticia, la noche anterior, que los tres niños y su chofer secuestrados por cuaranta días habían sido, finalmente, asesinados. No lo sabíamos, no había ocurrido, pero más tarde, ese mismo día, un reportero gráfico que cubría las protestas también sería asesinado con un tiro en el pecho en la misma autopista donde veíamos el Guaire. Pump. Seis muertos.

No es nuevo. Es notorio, pero no es nuevo. A. me contaría, al día siguiente, el comentario de un niño: no sé por qué tanta protesta porque mataron a esa gente. En el barrio matan a un gentío todas las semanas. Una persona lo decía de otra forma esa tarde en un programa de radio: más muertos que en Iraq. Que no es decir poco. Las dos miradas son la misma.

Sería por eso que en la cola la gente se quejaba poco. Veía el Guaire. Hablaba. El conductor de una camioneta de carga me explicaba que venía de Valencia. Me pidió un cigarrillo. Me explicó que él sabía que sería un día de mucho sol desde temprano en la mañana. El sol estaba rojo, rojísimo. Le dije a mi ayudante que lo que venía era candela, me decía. Tenía almuerzo, eso no le preocupaba. También tenía agua. Estaba a la orden, cuando quisiera. Atrás, en un toyota vinotinto, una señora hacía intentos por ventilar a su bebé de tres meses. No hablamos nunca. De tanto en tanto nos mirábamos, nos sonreíamos. El visitador de empresas polar, en cambio, no paraba de hablar. Me comentaba que lo duro iba a ser en la noche, cuando llegaran los malandros. Uno casi podía imaginar cuáles podrían ser los métodos que él recomendaría para salir de tanto drama. No pregunté.

Las colas nos hacen parlanchines, falsamente fraternos. Es inevitable, no queda alternativa. Conversaba, escuchaba las versiones que la gente tenía de las noticias: el problema era que toda la gente secuestrada, asesinada, fue detenida por falsas alcabalas policiales. Los policias son malandros con uniforme, decía uno. No, con Barreto ahora no tienen uniformes, replicaba otro. La gente sonreía, que es casi lo único que te queda cuando estás adolorido y no hay remedio.

De tanto en tanto, en mitad del calor, del sol del mediodía, la gente volvía a sus carros. Se dispersaba. Entonces era cuando uno tenía tiempo de caminar hasta el borde de la autopista, mirar el Guaire. Una amiga muy querida se cayó un día, hace años, cuando era estudiante. Como a un kilómetro del lugar donde yo estaba. Debió ser una caída como de cinco, siete metros, pensaba ahora, mirando el Guaire. Casi todo el mundo quedó a salvo. Lo único fue la hepatitis. Tiene que darla. Cuando uno mira al Guaire por cuatro, cinco, seis horas, uno nota que lo menos que puede dar es hepatitis. Lo sabes, lo olvidas, lo vuelves a saber, lo vueles a olvidar.

Hace años, no sé cuántos, una gente recorrió todo el río en una balsa. No comprendo por qué. Creo recordar que consistía en el propósito de hacer notar que el río, después de todo, podía ser navegable. En Caracas de tanto en tanto aparecen vallas que dicen: Rescatemos al Guaire. Hace años, de niño, recuerdo haber leído una que decía así: El Guaire es nuestro. Conservalo rescatado.

Nunda comprendí cómo demonios podía alguien pensar que el Guaire había sido rescatado. El miércoles, insolado, adolorido, triste, comprendí la mentira, la genialidad de la mentira: poco importan que pases seis horas junto a él. Poco importa que pienses que es un basurero producto de una negligencia organizada, programada, fría. Poco importa que sepas que en otro tiempo, en otro cielo, el basurero de hoy fue alguna vez un recodo entre árboles de acacia, entre la caligrafía salvaje de las espigas. Te acostumbras. No puedes no hacerlo. Algo, alguien, lo comprendió hace tiempo. Puede existir así, puede seguir siendo ese basurero insaluble, esa herida marrón que atraviesa a la ciudad del plomo y el cuchillo. Aún cuando te sabes engañado, aún cuando te sabes habitante de un tremedal roto por la ineficiencia, por el desamor, por la desidia, no puedes de dejar de pensar que a su manera tiene algo de mar, que a su manera encierra el candor de los ríos de la infancia, de los caudales emocionados. Puedes ver correr latas de refresco, envases plásticos de enjuage, cortes de anime, cartón corrugado, ramitas rotas y aún así sucumbes a la hipnosis, a su sonido sincopado. Vives en un basural, pero al rato ni lo notas.

Las trancas se terminan. Los muertos, todos los muertos, siguen muertos. El Guaire sigue siendo el Guaire. Nada hace pensar que dejará de ser la herida rota y sucia que recorres todos los días. No importa que así sea. Vives adentro. Esa es la genialidad, el horror, el truco más astuto. Siempre.

Imagen del río Guaire, 1908. Tomada justo de aquí

5 de abril de 2006

Otras Nostalgias

Saltando desde historias en la pared del baño, del pana Linus Lowell, un blog que hay que leer, si es que uno cree que vale la pena intentar la salvación del alma aquí en la tierra, si es que uno no juega con la negligencia de dejárselo todo a la suerte, caigo de pronto en el diario de una bolboreta. Allí leo un post titulado los domingos con Papatino.

Es (como en el caso de Historias...) el tipo de post que a uno le hace sentir, de pronto, el cálido placer de saber que existe una cosa llamada blog.
El gusto de ser lector. O argonauta.