31 de enero de 2006

Chinos


Me enteré este fin de semana, al caer por casualidad en el blog de Franciso Durán Velasco: Google se suma a la censura en China.

Comenta Francisco:

Google restringe en China cualquier búsqueda que incluya términos como "derechos humanos" y otras palabras fatídicas como Tibet, Taiwan y Tiananmen. Asimismo, ha cancelado sus servicios de correo electrónico y de activación de ciberbitácoras y ha eliminado los enlaces con medios de comunicación extranjeros. El País aporta un dato que resulta escalofriante, incluso si se tiene en cuenta la población china: "Se calcula que la brigada cibernética del Gobierno dedicada al seguimiento y la censura de contenidos está formada por más de 30.000 agentes", y concluye que "la mayoría de los disidentes políticos encarcelados en el mundo por contenidos publicados en Internet están en prisiones de China

Lo mismo se puede leer en BBC News: Google acepta las restricciones del gobierno al portal Google.cn como un modo de acceder a ese mercado. Esa misma página cita esta curiosa declaración de algún vocero de la empresa:

While removing search results is inconsistent with Google's mission, providing no information... is more inconsistent with our mission

O lo que es igual: quitar resultados es inconsistente con la misión de Google, pero no dar información (que pueda significar una amplicación del negocio, dicho sea de paso), lo es más.

Lo cual no termina por ser otra cosa que una inteligente y mal intencionada manera de introducir un matiz filantrópico a un tema que difícilmente podría dejar de considerarse lo que es para la empresa: un mercado muy grande, con un inmenso PIB y, además, con una competencia interna perfectamente alineada a las directrices de un Estado poco benevolente, por sólo usar una metáfora.

En fin, fastidia tener que ver cómo la visión de Google suena como si a la larga siempre fuese mejor algo que nada. Como si dejar que los chinitos puedan ver pendejaditas divertidas, pero controladas, y no puedan acceder a los temas que les dé la gana ver pudiese ser un gesto perfectamente humanitario entre tantos otros excesos.

Debe ser difícil ser chino, realmente.

28 de enero de 2006

Mejor no ayude compadre (2)

En estas semanas, Ignacio Ramonet (desconocido en este país hasta que el Don Franciso de la Política Nacional comenzó a citarlo como prueba fehaciente de su magnanimidad en sus interminables shows de radio y televisión) publicaba un articulito en La Voz de Galicia, donde se quejaba, con razón, de la hegemonía tendenciosa de la prensa globalizada.

Comenzaba así, y juro por dios que me alegré:

«EN ESTOS TIEMPOS de impostura universal -afirmaba George Orwell-, decir la verdad es un acto revolucionario». A pesar de la actual proliferación mediática, cada vez resulta más complicado acceder a una información verdadera. Los periodistas, cuya especificidad profesional consiste en garantizar, mediante protocolos de verificación muy precisos, la fiabilidad de la noticia, se olvidan a veces de ello y contribuyen al actual descalabro de la información.

Daba un ejemplo concreto, el caso de Libération, fundado por ese mandarín alucinado que fue Jean Paul Sartre y tomado no sé por qué grupos económicos de libre mercado. No conozco la historia, pero sonaba razonable.

Pero incluso los libertarios y progobierneros meten la pata. Un párrafo después, el inevitable episodio del entusiasta delirio. Llega al punto:

El 9 de enero pasado publicó [Libération, se entiende], a toda plana y con una inmensa foto en color, esta escalofriante noticia: «El credo antisemita de Hugo Chávez». Éste ha sido víctima, desde que ganó las elecciones en 1998, de una inaudita persecución mediática, no sólo en su propio país sino -sin duda por influencia de sus adversarios- también en el extranjero.

La conclusión dialéctica, redonda como una arepa:

En Francia, Libération es el diario que más se ha distinguido por sus campañas contra Chávez y contra sus reformas sociales. Como es sabido, las acusaciones mas frecuentes contra Hugo Chávez son: «caudillo populista», «dictador autoritario» e incluso «tirano bolivariano». Desprovistas de fundamento, pues todas las organizaciones de defensa de los derechos humanos confirman que en Venezuela no hay detenidos políticos, ningún medio de información ha sido censurado y ningún periodista se halla encarcelado.

Curiosa y típica conclusión al edulcorado estilo de la revolución Montmartre, pues hasta donde uno tiene noticias la mayoría de las organizaciones de Derechos Humanos en el País no financiadas por el gobierno han suscrito, hasta el cansancio, una buena cantidad de documentos en los que se pronuncian contra los excesos del bolivarianismo. Un caso es COFAVIC, una organización más que prestigiosa, nacida como respuesta a los excesos del gobierno de Pérez, quien en su página web muestra todavía el enlace a un informe semestral del 2004 titulado: "La democracia en Venezuela está seriamente amenazada".

Ese mismo enlace también cita, por cierto, un fragmento del Informe de la Sociedad Interamericana de Derechos Humanos del año 2004, en el que se señala: “una clara debilidad de los pilares fundamentales para la existencia del Estado de Derecho en un sistema democrático, en los términos de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y otros instrumentos internacionales”, (aunque es sabido que los razonamientos de esa Sociedad no valen para el gobierno de Chávez. Son como los delegados de la Comunidad Económica Europea: lacayos del Imperio).

La página tuvo su última actualización en Mayo 2004. La organización sigue trabajando. A menos que se tenga el candor proselitista de Ramonet, la falta de actualizaciones no debería atribuirse a la pereza del webmaster.

Algo semejante ocurre con los temas de libertad de expresión. En Venezuela existen, a la fecha, algo así como 28 presos políticos a los que el gobierno, como en la época de los militares argentinos, prefiere llamar políticos presos. La periodista Ibéyise Pacheco enfrenta, además, varios juicios por difamación que, independientemente de su verosimilitud o no, presentan serias dudas procesales. Existe una ley aprobada recientemente en la que se instaura, como en los tiempos de la falange española, el dudoso delito de desacato. Pedro León Zapata, el principal caricaturista del país, ha sido descalificado públicamente por el Teniente Coronel Chávez desde hace varios años por el único delito que ha cometido durante toda su carrera profesional: hacer caricaturas contra los abusos del poder, sin importar del signo que sea. A su vez, esta semana, un tribunal penal ha declarado una serie de medidas de censura que prohibe la publicación de documentos sobre el caso Anderson a partir de los cuales hemos sabido, por ejemplo, que el historial del principal testigo de la Fiscalía está lleno de delitos de suplantación, actos delictivos y doble nacionalidad.

Es la rebelión en la Granja. O en la granjita.

Por su parte, basta estar más o menos despierto en esta país para saber que las páginas de organizaciones que apoyan al gobierno del Teniente Coronel Chávez publican, de tanto en tanto, contenidos antisemitas.

Además, es conocido desde hace años el respaldo de antisemitas connotados como Norberto Ceresole. No se trata, desde luego, de campos de concentración. No existe, naturalmente, el ghetto de Varsovia, pero el antisemitismo es algo más que un tema de matices. Subyace, en todo caso, el mismo móvil económico que dieron inicio a las persecuciones del siglo XX: la utilización del capital económico judío como un motivo de construcción del enemigo.

Como muestra este ejemplo publicado en Aporrea.org (que justo ahora no consigo linkear desde sus archivos) , pero que guardo como una pequeña muestra del horror ante lo estúpido: una crítica desesperada no contra una invasión, no contra un acto de agresión extranjera, sino contra una película que muestra imágenes verídicas de militantes del Chavismo disparando contra una marcha opositora. Esta es la perla, publicada el 28/08/05 y firmada por José Sant Roz :

Todo el odio más bajo, el supremo asco por Venezuela de cierta clase social y en combinación con la más brutal campaña internacional (promovida por los magnates del sionismo) contra nuestro país se encuentra resumida en esa repugnante bazofia de gran difusión por todos los cines nacionales que se llama “Secuestro express”.

Las formas del nacionalismo recalcitrante también se manifiestan de un modo abrumador en comparación a otras administraciones más blandas. En Venezuela, después de muchas años, existe por primera vez el uso del delito de "traición a la patria" como una forma de control político. Algunos de esos juicios están abiertos en el presente. Las citaciones, como en el caso Súmate, son suspendidas una y otra vez.

El temor es aún mayor cuando se piensa que, después de todo, el Tribunal Supremo de Justicia ha sido nombrado con los votos únicos del Chavismo de aquello que, alguna vez, fue una Asamblea Nacional. Su presidente declaraba esta semana su más amplia lealtad con el proceso de transformaciones. En fin, otra manera de decir Gobierno. En Venezuela decir Justicia, decir Estado, es decir Gobierno. Decir Ramonet es también una forma libre de decir gobierno. Corresponsal de gobierno. Pero avant-garde, claro. Fastidiosamente avant-garde.

Para lo que sirve el pobre Orwell. Para lo que queda el dolor de lo que fue, en su momento, una parodia al estalinismo.

Sabina



Es una de las canciones del nuevo disco. Se escucha aquí. Es casi sorprendente darse cuenta que uno lo ha escuchado casi toda la vida. Que una de sus canciones, (la más remota en el recuerdo), está colgada de una ventana desde la que se podía ver una ciudad de plomo en un año que es, ya, una foto en blanco y negro --como algo remoto que se soñó en esa época en la que, por ejemplo, todavía valía la pena leer a Neruda día tras día.

25 de enero de 2006

proyectobomba.org


Es algo inevitable: en algún momento los panas de proyectobomba irán presos. Y no por lo que uno podría imaginarse viviendo en el país en el que se vive. No, no por eso. Irán porque es un lugar en el que, a su debido momento, querrán estar.

Una esposa llorará, una novia atormentada dará gracias a Dios. Uno no tendrá más remedio que comprar un pollo asado, cigarrillos, hacer la cola del retén. Hacer la visita que se le debe a todos los panas con demasiada fe en el sentido del happening. Recordar cómo era la libertad aquella vez en la había que celebrar lo que había que celebrar en Choroní, y a mí me dieron permiso.

En tanto llega ese momento, algo puede hacerse asistiendo al conversatorio que aparece en la fotico.

24 de enero de 2006

Un test bolivariano

1. En base al siguiente enunciado:

Delito de obstrucción de la justicia. (Artículo 110 de la Ley Orgánica del Poder Judicial): El que mediante violencia, intimidación o fraude impida u obstruya la ejecución de una actuación judicial o del Ministerio Público será sancionado con prisión de seis meses".

Responda:

Publicar información sobre los delitos perpetrados por un testigo en el que habrá de confiar a ciegas, representa:

a) Un acto de violencia
b) Una intimidación
c) Un fraude
d) Todas las anteriores

2. Decir que alguien ha falsificado documentos, incurrido en la práctica ilegal de una profesión, o declarado bajo juramento que estuvo en un lugar (v.g: la selva del Darién) en tanto aparecen pruebas de la justicia colombiana en las que se manifiesta que curiosamente en esos días estaba en otro lugar (v.g: Preso), representa:

(a) Un curioso caso de desdoblamiento
(b) Un atentado terrorista de amplias proporciones
(c) La última radiación de uranio de la planta de Chernobyl
(d) La prueba más reciente de que Elvis, en efecto, continua vivo

3. Prohibir la publicación de cualquier información relacionada con el testigo descrito en 1.) y 2.), representa:

(a) El más prístino acto de democracia que darse pueda
(b) La prueba irrefutable de la división de los poderes
(c) Una fastidiosa e histérica excusa para temer a la censura previa
(d) El inmenso respeto que el Estado Venezolano tiene por un ciudadano de turbio pasado pero que, ahora, gracias a la Misión Cristo, se ha regenerado

Alguna que otra información terrorista y, de paso, quizá bastante peligrosa para la seguridad nacional puede leerse aquí. Es difícil encontrar palabras para agradecer la delicadeza del Estado para ayudarnos a no saber, a no formar un criterio.

23 de enero de 2006

Etnografías Virtuales


Salvo los conspicuos buscadores de Lolitas Calientes que caen con frustración y desolación a estas castas argonáuticas, y a los que ya he hecho referencia en otro post, (detesto la auto-cita, pero escribo con suficiente prisa como para además sugerir falsos enigmas), me consta que los amigos y amigas que suelen venir tienen, entre un amplio abanico de intereses, alguna que otra cosa qué pensar sobre internet.

Por eso, en la mejor tradición referencial del pana Pratt, aquí va este enlace a la Introducción de un ensayo titulado Etnografía Virtual, en el que he caído tras otra búsqueda del todo diferente.

Imagen tomada del blog:Comandantina Dusilova

21 de enero de 2006

Un post

El pana H. Towermann es un escritor a quien aprecio más allá de las solidaridades automáticas que suelen traer consigo la amistad. Algunos de sus cuentos forman parte de mi Antología Privada del Gusto y sé, (como me lo indican algunas páginas sueltas que he podido leer en las últimas semanas), que lo mejor está aún por venir.

Es, además, un editor inteligente y sensible: cuenta con el mérito de disponer del más grande archivo de escritores venezolanos en internet:Ficción Breve Venezolana y acaba de arrancar a finales del año pasado un nuevo proyecto, Ficción Breve Libros: una tienda de compra virtual del cual ya he sido un usuario enteramente satisfecho.

Hoy, en mi visita diaria a su blog, me he encontrado con un hermoso texto de Subal Quinina, quien además tuvo la gentileza de traducir del catalán, (tal como originalmente fue posteado), al castellano.

El texto es este. Al leerlo, uno queda agradecido con los dos.

Pequeñas Soberbias


Los números dan para todo. Pero en los archivos públicos del Consejo Nacional Electoral (éste y todos los anteriores, no me refiero a una teoría del complot) siempre han dado para algo más que curioso: para preferir la prensentación de resultados en base a un 100% de votantes de facto, es decir, quienes efectivamente votaron por alguien, desdeñando la totalidad del universo electoral.

El motivo debe ser simple y esperanzado: esa modalidad de presentación infla, invariablemente, el porcentaje de la fantasía de participación democrática, esa otra cigüena que viene de París.

Así las cosas, aquí unas cuentas un poco menos infladas para comenzar esta hermosa mañana junto al canto entusiasta de uno que otro pajarito. Las cuentas donde consideramos, (con sorpresa y desconcierto, aunque debería ser algo obvio), a los tenaces seguidores de una de las principales fuerzas políticas de la nación: la digna Señora Abstención Martínez, una viejita silenciosa, de profesión modista.

Año 1998 (Población Electoral: 11.013.020 almas de Dios)
Teniente Coronel Hugo Chávez, con 20 kilos menos y la organización de tres piñatas, una fiesta sorpresa y un golpe de Estado como únicas cartas de presentación: 3.673.685 (33,35%).
Más cercano y prescindible Contricante: 2.613.161 (23,7%)
Resto de los bodrios: 250.458 (me aburre sacar ese porcentaje, pero es apenas una cosita mínima)
Abstención Martínez, sólida y digna: 4.013.622 (36,5%)

Esa vez, el Teniente Coronel sacó, de lejos, el primer lugar, pero si la buena señora Abstención Martínez (o sus activistas silenciosos) se les hubiese ocurrido reclamar lo suyo, la buena matrona habría sido presidenta con una diferencia porcentual del 3%.

Dos años después, cuando el teniente Coronel decidió que debía ser reelecto, después de los cambios a la constitución, ocurrió algo aún peor. Fue esto:

Año 200 (Población electoral: unos cien mil más que la anterior)
Teniente Coronel Hugo Chávez, con sus primeros 10 kilos y su primera colección de Rolex y Bulova, pero nostálgico de su viejo y fiel Volkswagen chocado: 3.757.773 (31,8%)
Más cercano rival (quien ahora es un diminuto y prescindible articulista a destajo a favor del gobierno): 2.359.459 (20,02%)
Tercer rival, el Eterno Candidato a Alcalde: 171.346 votos (igual, me da fastidio sacar ese porcentaje)
Abstención Martínez: 8.569.691 (72,71%), es decir, el doble de las elecciones anteriores. Ganadora de lejos.

Llegamos al referendum revocatorio presidencial y hacemos, por pudor, un pequeño acto de Fe. El acto de Fe consiste en creer en que los resultados son enteramente válidos:

Referendum 2003(Población Electoral: 14.037.900 almas)
Teniente Coronel Hugo Chávez, ya desesperadamente rechoncho y barrigón: 5.800.629 (59,09%)
Voto Opositor: 3.989.008 (40,63%)
Abstención Martínez, hierática: 4.222.269 (30,08%)


Si se compara con la última votación del 2000, el Teniente Coronel Chávez subió en 2.042.856 votos en tanto que el voto opositor lo hizo en una tendencia razonablemente análoga: 1.458.203. La diferencia del crecimiento se ubicó, entonces, en apenas 500.000 votos. La única que sale perdiendo esta vez es Abstención Martínez quien por primera vez no aparece de primera. He ahí, precisamente, el dilema.

Uno de los más desesperados encantos de la democracia es que cada quien puede (o debería poder) decir las tonterías que se le ocurran. Estas, modestamente, son las mías.

Puesto que parece obvio que el voto pro-Teniente Coronel Vs. Opositor es un voto bastante polarizado. Puesto que además resulta obvio que arrancamos un año electoral que es y será naturalmente desagradable e intenso, uno podría decir (con el pudor de decir lo obvio) que cualquier posibilidad de obtener algún resultado electoral que permita tener otro presidente pasa, por fuerza, por conseguir que los nuevos votantes y el grueso abstencionista coloque su voto del lado de una de las dos fuerzas (como lógicamente ha comenzado a hacer el Team Demagogía del Teniente Coronel cuando se promete lograr, comprar o inventar 10 millones de votos).

No sé cómo se logra eso. No tengo por qué saberlo, además. Lo que sí tengo absolutamente seguro es que el la posibilidad de lograrlo no pasa, ni de lejos, por intentar convencer a la oposición más dura y visible, es decir, gente como los fanáticos opositores que dejan sus desesperados comentarios en los foros de noticierodigital, aquellos que están absolutamente seguros de la necesidad de un adversario tan loco y rabioso como ellos mismos, porque no tienen la capacidad de notar que su principal virtud política no está en oponerse, sino en perseverar.

Opositores quienes en su buena o mala fe, en la templaza del optimismo, suponen que la mejor manera de oponerse consiste en inflar el ánimo, el fervor, pero, ni de lejos, son remotamente capaces de comprender que el mensaje fervoroso, por duro o injusto que sea, no ha sido ni remotamente capaz de alentar a unos cinco o seis millones de personas que jamás se han movido de su casas un día de elecciones y para quienes no existe (por exclusión, por desesperanza, por cinismo, por estupidez, por sabiduría, por pragmatismo, yo qué se) ningún motivo para tener algo en qué creer.

En fin, los seguidores de Abstención Martínez. Esa mayoría (o casi mayoría) silenciosa. Ese misterio.

Es por eso que el mejor candidato opositor no será, ni de vaina, el más intenso. Y si lo es, uno podría dar por seguro que perderemos. El mejor candidato opositor será el que pueda conseguir los votos de los displicentes seguidores de Abstención Martínez.

No soy un analista político. Es un oficio que me aburre y no comprendo. Soy, apenas, un modesto representante de una minoría empírica: la que no ha logrado por ningún medio tener otro gobierno.

Aún así existo y no veo por qué no puedo hacer un pronóstico. Es este: Más allá de toda apariencia, estas elecciones no serán, ni de broma, las elecciones de los convencidos: serán las elecciones de los excluidos de siempre. Pero también de los aburridos, de los cínicos, de los pragmáticos, de los que no les importa nada. Estas elecciones serán las elecciones del promedio. Del mediocre promedio en el cual se funda, después de todo, el arreglo de fondo que sostiene toda democracia.

Lo demás son pequeñas soberbias, Fe, admiración por lo valiente o justo o hermoso que es ser uno mismo.

Imagen del post: Ana Von Rebeur

17 de enero de 2006

Mejor no ayude compadre (1)


Crecí con un papá que me explicaba cómo y por qué la religión era el opio del pueblo. Una mamá desprovista de casi cualquier género de interés religioso (a no ser el cumplir de tanto en tanto, y con desgano, con uno que otro rito), un abuelo volteariano para quien la única esperanza religiosa consistía en tener cinco o diez minutos antes de morir, pensar en Dios, resolver uno que otro tema de conciencia y después esperar a ver qué pasaba.

En fin, la religión no fue jamás un tema relevante en mi vida. O lo fue, quizá, en la medida en que comencé a leer literatura marxista, retar a la figura del padre y perderme en la paradójica floresta de una que otra antigua novia comunista incomprensiblemente católicas en sus ardorosas defensas de la virginidad y que, con los años, acabarían por adquirir unas prósperas vidas capitalalistas estilizadas con CDs de Silvio Rodríguez, pegatinas del Ché, vacijitas indígenas y flacas muchachitas del interior como empleadas de servicio.

Quizá pueda no interesarme mucho el asunto católico, pero aún así conozco uno que otro cura cuyo trabajo admiro por el sólo hecho de serles útiles a otras personas sin la fastidiosa grandilocuencia de los demagogos de turno. Con eso me basta para tenerles respeto.

Por eso, no tengo nada o casi nada qué decir sobre el discurso del cardenal Castillo Lara que no sea, quizá, lamentar lo mal que estamos para que un viejito anacrónico y quizá hasta algo senil sea, de pronto, la única referencia discursiva con una parrafada tan inocua y estreñida que no cambia para nada el drama de un país y que, sin embargo, debió hacerle pasar un susto a más de una viejita con problemas cardiopáticos.

Para nada: sólo para hacer sonar una que otra lata vacía, para que ciertos opositores desagradables y con dificultades para aprender se crean a las puertas de un cambio trascendente, sólo para que funcionarios pagados y esquemáticos como el recientemente despedido embajador en México, Vladimir Villegas, escriban articulitos sobre una supuesta tendencia satánica de la jerarquía católica, con comentarios del tipo: "francamente asociada a la desestabilización y a la promoción del odio". O lo que es lo mismo: casi la terrible amenaza de los escuadrones de monjitas robóticas pagadas por la CIA. Las muy monjitas.

Juan Carlos Chirinos tiene un inteligente post sobre el asunto en su blog. Allí también hay enlaces, en caso de que alguien quiera ver el video y el discurso cuya crítica, (según la mirada de uno que otro articulista delirante de oposición), acaba de hundir para siempre las posibilidades de una de las pocas alternativas electorales razonable para salir de este tremedal bolivarianista y folklórico.

14 de enero de 2006

La astucia de las vacas

Lo patético

Últimamente estoy pensando en el asunto de lo patético. Lo hago, creo, sin ningún motivo en especial que no sea el hecho evidente de vivir un tiempo y un lugar repleto de patetismos. No soy un teórico. Tengo pálidas esperanzas en el futuro iluminado de las sobremesas. No me obsesiona demasiado la importancia premonitoria de ciertos pensamientos. Aún así, existo y de tanto en tanto reviso un poco el diccionario. Entonces pienso: el Diccionario es un lugar repleto de revelaciones.

Ese es el caso de lo patético. El DRAE lo define así:

patético, ca.

(Del
lat. pathetĭcus, y este del gr. παθητικóς, que impresiona, sensible).

1. adj. Que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía.

Son grandes las posibilidades de lo patético.

Un ejemplo: escribo esto mientras escucho Eye of the Tiger, en versión MIDI. No se me había ocurrido antes, pero quizá Rocky sea una película patética. Una película insistente sobre el patetismo del éxito. Aunque a lo mejor tendría que pensar un poco más en eso.

De lo que sí estoy seguro es que la política (y decir política es casi como decir mala política, naturalmente) adolece de lo patético. El imperativo del líder, la desmesura de las promesas, la imposibilidad de reconocer al otro, la lógica del golpe y el porrazo. En fin, una vehemencia que de un modo irremisible acaba en el patetismo.

Los políticos son o suelen ser patéticos.

Los himnos también son irremisiblemente patéticos. Tienen que serlo, si se toma en cuenta que, por lo general, se deben a la apología del sacrificio y, eventualmente, hasta de la propia muerte por motivos tan abstractos como la patria, la bandera, la valentía o el capataz del potrero.

Un mundo perfecto sería, (se me ocurre), un mundo sin demasiadas estridencias patéticas. Donde escoger un fervor, una vehemencia sería una opción, jamás un imperativo.

Decido pensar que el humor podría ser una adecuada defensa ante lo patético. Pero esto, como en el caso del patetismo de Rocky, es algo que también debo pensar mejor.

Pensar puede ser fastidioso o hermoso o extenuante, pero no patético.

Todo fanatismo es patético.

12 de enero de 2006

El peligro de los vegetales

Es una manía privada como tantas otras, me imagino, pero tengo una carpeta en mi computador en la que archivo lo que, a falta de mejor nombre, sería mi antología personal de la admiración y el descubrimiento. Es decir, los textos que de tanto en tanto caen en mi pantalla y terminan por estrellarse bondadosamente contra mis lentes produciendo algún efecto sensible y duradero.

Un ejemplo es este poema de Miyó Vestrini, tomado (a su vez) de un breve ensayo de la brillante y querida poetiza Niddy Calderón , publicado en la edición de Agosto pasado en Letralia.

Aqui va:

Zanahoria rallada

El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no molestar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-era-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio dónde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré nada sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.


Miyó Vestrini. Todos los poemas (1994)

11 de enero de 2006

Rejected


No tiene, por supuesto, la menor importancia, pero a casi un año de distancia todavía pueden encontrarse en internet un montón de referencias al comercial de la empresa Godaddy que, hipotéticamente, la cadena FOX rechazó el año pasado en el fastidioso día del Super Bowl.

La cosa es así: un sujetador que se suelta, una reminiscencia paródica al idéntico episodio que la Señora Jackson vivió en el Super Bowl anterior, una apuesta por la banalización de la censura y, Zuas!, de pronto se tiene un comercial con una notable capacidad de lo que, si no he escuchado mal, los gurues del marketing llaman capacidad de recall.

Es algo que se comprende, por supuesto: el morbo que despierta una censura por lascivia, una modelo con una franelilla demasiado pequeña.

Sin embargo, no deja de ser significativo que la discusión disponible termine pareciendo, más bien, un gatillo capaz de disparar la locura neoconservadora a favor de la censura o los más acariciados sueños del neoestructuralismo crítico, o como sea que se llame la perspectiva de oposición.

Un ejemplo clásico de los que he leído por allí:

Think about it. You make a commercial (for low $$$) that you know will get rejected. The publicity of getting rejected by FOX (of all networks) gets lots of press. Hey, free publicity! Of course, many many people can't resist the urge to go see the ad hosted on, where else, godaddy's site. Now you got potential customers right there.

Weasels ...thank goodness I don't have any sites hosted there.

Una lectura que (teoría de la conspiración aparte) luce completamente cierta pero que, al mismo tiempo, no deja de ser una banalización o un consumo masivo de los "grandes temas" de la crítica contemporánea: la idea de que todo acto mediático implicará, necesariamente, una respuesta automática y estúpida por parte del observador.

El razonamiento no sólo es despreciativo, sino que además es absurdo: equipara el acto de consumo con la exposición al mensaje, cuando en realidad esa exposición ocurre por una cadena de condicionantes previos mucho más intrincados y complejos.

Uno no compra una corbata porque por todas partes te obliguen a comprar corbatas. Uno compra una corbata porque estando dentro de un marco social determinado, ese mensaje es capaz de hacerte comprar la corbata.

El comercial (una propaganda tonta y puritana, dicho sea de paso) puede ser visto todavía en la página de Godaddy.com. Habrá que estar alerta: no vaya uno a salir con un dominio de internet sin saber por qué, cuándo, cómo dónde y el resto de posibles etcéteras.

8 de enero de 2006

Pinto y me voy (2)



En su momento, el origen del graffiti: "Kilroy was here" pudo ser una labor detectivesca. A estas alturas, es casi la persecusión ilusionada (y, de antemano, fallida) de un mito.

En cualquier caso, uno está dado a pensar que se trata del mito más difundido en toda la historia del graffiti.

La versión canónica de la historia es más o menos
así:

La leyenda de "Kilroy was here" comienza con James J. Kilroy, un inspector de astilleros durante la Segunda Guerra Mundial. Kilroy marcaba las palabras con tiza en los mamparos para mostrar que él había estado allí y había inspeccionado los remaches en el barco que se construía. Sin embargo, tales marcas eran un completo misterio para las tropas que luego ocupaban esos barcos --todo daban por cierto que seguramente él "había estado allí primero". Como un chiste, esos mismos soldados empezaron a colocar el grafiti dondequiera que llegaron.

Hasta allí, es una historia casi idílica dentro de ese fairy tale continuo que es la auto-narrativa norteamericana. Una versión azucarada de: vini vidi vinci.

El resto de las versiones quizá no dejen de ser algo idílicas, pero deja un espectro que es, al menos, un poco más grande, más complejo: va desde ancestrales símbolos irlandeses, pasando por una historia de amor entre un tal Kilroy y Rosie (posiblemente una transposición de
"Rosie the riveter", es decir, Rosie la remachadora, aquél mítico arquetipo de la mujer que, durante la guerra, ocupaba posiciones de obrera en los astilleros) hasta un curioso Kilroy que aparece registrado en una novela de Isaac Asimov.

Para hacerlo todo más complicado, existe la posibilidad de que la historia de Kilroy tenga su origen en otro lugar, con lo cual los principales sospechosos (los 26 Kilroys que, hasta ahora, se conocen como registrados en alguna división de las fuerzas armadas durante la segunda guerra), se expanden en un desmesurado caos de posibilidades.

Un ejemplo de ello es la historia de
Chad, una imagen creada (según afirman algunos), por el caricaturista inglés George Edward Chatterton. Chad (cuya imagen era, por lo que se sabe, igual a la del tag de Kilroy) partía de una de las pocas cosas que sobran cuando hay escasez: el humor. El chiste consistía en una frase que decía: "Wot, no...?", en el que los puntos supensivos podían ser sustituidos por cualquier producto desabastecido para el momento. (En el caso venezolano de estos días, por ejemplo, una versión libre podría ser: "Qué, no hay café?")

Hay quien sugiere que durante la fallida operación Market Garden, uno de los aviones de la RAF mostraba el graffiti:
"Wot, no enginees?", es decir: "Qué, sin motores?".

De ser cierta esta versión (y no hay mayores motivos para creerlo, tanto como no los hay para creer demasiado en ninguna otra), entonces sería posible imaginar que el graffiti de Chad pudo ser traducido o reinterpretado por algún combatiente de las fuerzas aliadas, dando lugar al primer Kilroy.

En todo caso, mucho más hilarante que el difuso asunto del origen de Kilroy es, después luego, el intento por encontrarle una explicación.

Un ejemplo es el de ciertos freudianos entusiastas para quien Kilroy no es otra cosa que una representación malamente sublimada del Complejo de Edipo. El dato decisivo, según ellos es este: Kilroy puede traducirse como Kill-Roy. Matar al Rey, es decir, al padre. No sería sorprendente que alguien hiciese una que otra especulación sobre su nariz en un remix famoso de aquella máxima según la cual un tabaco no siempre es un tabaco.

Otras versiones encuentran, incluso, motivos para especular que algún SS con poco hígado en su momento pintó el dibujo de Kilroy en algún bastión nazi, por lo que el mismo Hitler (tan dado a la paranoia) le habría atribuido la posibilidad de ser un super espía con la habilidad de burlar la estrecha vigilancia del Wolfsschanze. Alguna versión comenta, incluso, que en su momento Stalin se interesó por conocer su identidad: "Quién es ese Kilroy? ", dicen que dijo. Del modo que sea, hay que decir que todo eso suena, en realidad, demasiado a propaganda de guerra.

Una última utilización de Kilroy, bastante difundida en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, consistía en la
estatuilla de una joven mujer embarazada mirándose el vientre colocada sobre una base en la que se podía leer, naturalmente, Kilroy was here. O en un más auspicioso destino: el dibujo de una voluptuosa mujer a medio desnudar (o a medio vestir, depende de cómo se le vea) quien lleva, precisamente, el mismo lema.


7 de enero de 2006

Pinto y me voy (1)


Deroy Murdock es articulista. También es un habitante de Nueva York algo desesperado: ve, con indignación, el modo como MSN y otras compañías inician una campaña que, por llamarla de algun manera, podría calificarse como una apología al graffiti.

Murdock ve todo eso con mal humor. Vive en un vecindario de Manhattan's East Village. Pasa todos los días frente a la fachada de un viejo edificio en el que una pareja writers perseverantes ha dejado impreso su tag, una y otra vez, con la intensidad del desespero. Ha llegado a una conclusión más o menos predecible en mitad de ese péndulo que nunca deja de girar: los writers (como ellos dan en llamarse) o graffiteros (como le llamamos los demás), son vándalos. Sugiere tácitamente una medida de fuerza, aunque esas medidas de fuerza están amparadas en ondulados eufemismos de legalidad y reeducación.

He leído por allí que una nueva legislación newyorkina quizá le dará una pálida luz a su ilusión: cualquier persona que transite por las calles de la ciudad con una lata de spray podrá ser sometida a juicio y condenada penalmente. (Es, después de todo, una aplicación indirecta de esa filosofía policial de los noventa: la mano dura con los delitos más pequeños previene los delitos mayores).

A tantos kilómetros de distancia uno puede comprender, en parte, el fastidio del ciudadano común: no debe ser grato amanecer con un tag pintado en la fachada de tu casa. No tiene gracia descubrir que, por lo visto, Toto ama desesperadamente a La Gata y su amor requiere una pared de poco más de cinco metros de confesión.

La discusión se hace un poco más compleja y humana si se piensa que, en todo caso, un porcentaje importante de esos supuestos vándalos (al menos en ciudades como Nueva York), suelen ser jóvenes golpeados por la exclusión social, la falta de oportunidades, el anonimato vital. Adolescentes para quien un tag sobre la fachada de un edificio no remite necesariamente a un gesto que afea la ciudad, pues la ciudad que conocen está de espaldas a cualquier estética benévola.

Lo dice Omar, en un hermoso ensayo publicado justo aquí:

How many people can walk through a city and prove they were there? It's a sign I was here. My hand made this mark. I'm fucking alive! " OMAR, NEW YORK (Walsh 34-35).

Y, luego, esta otra frase de BRIM:

People will never really understand what graffiti is unless they go to New York to live surrounded by abandoned buildings and cars that are burnt and stripped and the city comes out saying graffiti is terrible, but then you look around the neighbourhood and you've got all this rubble & shit, and yet you come out of there with the attitude toward life that you can create something positive" BRIM (Chalfant & Prigoff 17)

No es preciso ser un adivinador para comprender qué pasará con las nuevas medidas policiales: uno que otro writer desprevenido irá a prisión. Al salir, tomará su lata de spray y pintará, de nuevo, su tag. Quizá un nuevo tag: el que le mostró el período de reclusión.

El mundo es un lugar arduo. Cada quien, a su manera, busca la forma de tener una voz.

5 de enero de 2006

Un post-it


En los 90, todavía en el pregrado, un grupo de amigos nos reunimos con un mago de lo que, entonces, todavía eran los primeros pasos del Human Computer Interaction (HCI). Olvidé su nombre, tanto como olvidé casi todo lo que para aquél entonces leí sobre HCI, pero me quedó una anécdota.

Es esta: estábamos sentados en un pequeño salón de seminarios, cuando uno de mis amigos más entusiastas le preguntó si, después de todo, no parecía claro que el incipiente desarrollo de internet era un avance portentoso de posibilidades humanas.

El mago, un tipo triste, alto, con un leve tic ansioso, se encogió de hombros y respondió algo por el estilo:

--Uhmmm. No sé, no estoy seguro. Habrá que ver con los años, pero me parece que internet no hará algo diferente a lo que la humanidad ha hecho con el resto de las cosas: se convertirá en un espacio no demasiado diferentes de nosotros, con nuestras principales virtudes, pero también con nuestras principales condenas.

Hoy, dándole una mirada a las solicitudes de búsquedas erradas que caen desde google hasta argonáuticas, esa predicción me viene a la mente junto a una sonrisa, como quien se encuentra con un post it desteñido, pegado a algún lugar del recuerdo.

Una pequeña muestra absolutamente trágica y divertida, como es la vida:

Lolitas latinas calientes (incluye diversas versiones: italianas, pícaras, etc.)
uh uh yeah yeah proyecto uno
Manual para cazar fantasmas
Juan Barreto denudo
mi comandante Chávez
Natacha en pelotas
Sexo seguro con tetonas
Diferentes maneras de suicidio
Rayuela
Auschwitz moralejas
Cómo echar un polvo
Literatura latinoamericana

El enemigo permanente

En un ensayo publicado en el libro Artículos y Opiniones, Günter Grass escribe, refiriéndose posiblemente a ese elefante triste que fue el gobierno de Alemania Democrática:

Me da miedo el mecanismo por el que la revolución se inventa, como elixir para sus esfuerzos, la contrarrevolución permanente

El párrafo de Grass es brillante, pero también es casi críptico. No estoy en posición de saber si esto es cierto en todos los casos. Me gustaría pensar que no: me gustaría pensar que pueden existir cambios en qué creer. Me gustaría, pero es algo que, por los momentos, me cuesta hacer.

En todo caso, la idea ilumina fielmente la sensación de algo que ocurre en la venezuela bolivariana: la construcción de un enemigo silencioso que, convenientemente, ocupa el tranquilizador lugar de la responsabilidad dentro de un país. De eso, precisamente, va este post:

A finales de agosto de 2005, cuatro personas murieron en el Hospital de los Magallanes de Catia, en Caracas. La hipótesis inicial (que incluso manejó el gobierno metropolitano del curioso alcalde Juan Barreto) fue que murieron por falta de oxígeno: las bombonas dejaron de funcionar. Se iniciaron averiguaciones. La historia, hasta donde se sabe, no acabó en nada.

Ocurrieron, sin embargo, tres acontecimientos relevantes. El primero: se conoció que la alcaldía Metropolitana llevaba seis meses en deuda con la empresa encargada de suministrar el oxígeno. La segunda: todos los funcionarios oficiales decidieron por unanimidad que esa falla correspondía con un boicot hospitalario. Ese boicot, según ellos, era responsabilidad directa de unos difusos médicos o enfermeros opositores. Las familias de los involucrados dejaron de dar declaraciones a petición de los funcionarios.

Salvo un fanático opositor o gobiernero, está claro que se trata de una tragedia. Está claro que deberían establecerse responsabilidades penales sobre quienes omitieron la evaluación del oxígeno, bien sea por parte de la empresa, de las autoridades hospitalarias o las autoridades de la alcaldía.

Sin embargo, desde la lógica del enemigo, la conclusión a la que llega el poder en Venezuela es clara: existe una sola versión oficial: los responsables son los empleados del hospital. El motivo: colapsar el sistema hospitalario de la revolución por el sólo hecho de ser, supuestamente, opositores.

Apenas dos meses antes, el 23 de Junio, el capitán Eliécer Otaiza, participante de alguno de los golpes de estado de 1992, director de la División de Inteligencia Policial o lo que sea que signifique DISIP, presidente del Instituto Nacional de Tierras se fue de cabeza en una moto contra una acera a eso de las 6.00 de la mañana en Las Mercedes, la zona de mayor rumba en Caracas. Murió su acompañante: una mujer de 26 años. La moto estaba registrada como un vehículo de un cuerpo policial.

Los funcionarios del gobierno apuntaron con total celeridad que no podía calificarse de un homicidio culposo. Que Otaiza no había bebido nada. Que él era un deportista (¡Sic!)

Difícilmente, (salvo siendo un imbécil), uno podría pensar que el accidente del capitán Otaiza pudiese ser el resultado de un acto deliberado de su parte. El accidente se comprende: es difícil estar a las seis de la mañana montado en una moto con una amante después de una noche de fiesta. Un accidente, una tragedia. Un hecho lamentable que, sin embargo, tiene una responsabilidad penal clara. Esa responsabilidad se llama homicidio culposo. El capitán Otaiza, sin ser un asesino peligroso, debería enfrentar esos cargos. Mala suerte.

La versión oficial que se construyó en los días siguientes fue, sin embargo, absolutamente fantástica: alguien golpeó su caucho trasero. Se presumía que debía ser la CIA. El testigo no quiso dar ninguna declaración. Otaiza fue declarado inocente por algún funcionario de la política exterior. Hasta donde tengo noticias, está libre: practica el bajo perfil. No hay nada que juzgar.

La versión oficial omite, sin embargo, que Otaiza viajaba con dos guardaespaldas (presumiblemente, en otro vehículo: no cabe tanta en gente en una moto). Omite que un testigo presencial declaró, en su momento, que Otaiza derrapó sobre el pavimento y dio de plano contra la acera. El testigo desapareció. Los guardaespaldas también. Otaiza está libre. Haciendo deportes, presumiblemente.

Cinco meses antes, la Fiscalía General de la República, emitía una nota de prensa donde acusaba a una de las Organizaciones de Derechos Humanos más respetadas del país de emitir opiniones tendenciosas sobre la ineptitud del estado de resarcir a las víctimas de un estallido social de 1989, cuando las fuerzas armadas arremetieron salvajemente contra cientos de manifestantes que saqueaban a la ciudad de Caracas. Tácitamente, la Fiscalía era de la opinión que esa organización podía estar manipulada por intereses extranjeros. Tácitamente esa parece ser la opinión general del estado respecto a todas las organizaciones de Derechos Humanos que operan en Venezuela. Hay, sí, una salvedad: las que el mismo estado financia. Parece que esas sí funcionan de acuerdo a los intereses de la Nación que, curiosamente, son los mismos intereses del gobierno.

Finales de noviembre, 2005. Se observa una irregularidad en el software de las máquinas de votación que permitió detectar a un observador toda una secuencia de votación, una manifestación contundente de la violación al derecho del voto secreto. El presidente del Consejo Electoral (a su vez hermano de la viceministro de asuntos exteriores para Europa y mejor amigo del psicópata que hace las veces de secretario de la alcaldía mayor quien, por cierto, en meses recientes decidió aparecer armado en otra alcaldía), decide suspender temporalmente el uso de unos inmensamente costosos sistemas de capta-huella. Dos días después, los partidos opositores se retiran de la contienda (cosa que casi ni se extraña demasiado, considerando lo patéticos que son), una desmesurada mayoría de ciudadanos decide no participar en las elecciones. El gobierno gana con aproximadamente un 10 o 15% del total de electores del país la totalidad de los curules de la Asamblea Nacional.

El secretario general del partido de gobierno se muestra muy complacido por el resultado: tiene la impresión que se trata de una asamblea ampliamente democrática, con una desmesurada diversidad de voces (¡Sic!)

Tres días después, los observadores de la Comunidad Europea y la OEA presentan un informe donde señalan la limpieza de las elecciones, pero lamentan ciertas razonables irregularidades del proceso. El teniente Coronel Chávez, presidente de la República, decide maldecirles. Decide concluir que ese informe de la Comunidad Económica Europea y la OEA sólo puede ser comprendido como un documento financiado por el gobierno Bush (¡Sic!)

No parece necesario recurrir a otros ejemplos. No parece necesario insistir demasiado que en estos (como en tantos otros acontecimientos públicos) se observa sistemáticamente un patrón análogo: la única malignidad puede y debe ser explicada por un enemigo. O dos enemigos que cambian el rostro continuamente: el opositor, el Imperialismo.

Lo dramático, lo desesperadamente dramático, es que esa equivalencia dentro de un mediocre sistema de poder caribeño, dentro de un episodio inocuo de la historia de la humanidad, infringe un daño moral a todo aquél que no esté interesado en apoyar el bacanal.

Esa equivalencia hace del ciudadano medio un conspirador artero, un emisario telequinético de los designios del imbécil de Bush, o de cualquier otro imbécil de turno.

Esa invención, naturalmente, es abusiva. Pero sobre todo: es falsa.

En mi caso, en el de muchos, no tengo ninguna dificultad en ver (y lamentar), la cantidad de opositores venezolanos que creen ver en el fatídico festín de la revolución bolivariana una contrariedad por el sólo hecho de no ajustarse a su propio sistema de prejuicios e intereses. No me cuesta reconocer que importantes medios de comunicación privados ajustan la realidad a sus propias visiones e intereses.

No tengo ninguna duda, (como bien apunta Ceryle en un comentario del post anterior), que la supuesta preocupación de la administración Bush sobre Venezuela es poco más que el interés por cuidar el patrio trasero de sus negocios.

Sin embargo, la realidad no está en la obligación de ser ordenada y esquemática. Etiquetar toda disidencia de la locura megalománica del bolivarianismo, tal como lo hace el gobierno del teniente coronel Chávez, como un único paquete imperialista y terrorista constituye, a la larga, un gesto brutalmente violento de prejuicio y mala fe.

Venezuela es hoy un decreto. El país es hoy una emoción. Cualquier crítica, razonable o no, es idéntica. Cualquier reticencia es el equivalente de la traición.

El resultado es el mismo: la revolución inventa una versión de la realidad. Inventa una identidad. Quien cae en esa cuadrícula es, apenas, una fatalidad para los altos intereses de la Nación, o lo que es igual: para los elevados propósitos redencionistas de un hombre que nos regala el último militarismo del siglo XX.

3 de enero de 2006

Sin porristas

Esto es casi un tópico personal, pero debo decir que admiro a Noam Chomsky. Lo hago desde que, a principios de los 90, descubrí su teoría de la gramática generativa: un sólido ladrillo que derriba, con lacónica elegancia, ese inmenso rinoceronte que es, que fue, la teoría del lenguaje de B.F. Skinner.

Lo continué haciendo cuando, años después, descubrí algunas de sus obras de pensamiento político. Un ejemplo de ello es "American Power and the New Mandarins", uno de los primeros libros que logra esbozar la crítica a esa función de "Mandarines" que figuras académicas decidieron asumir para sí, con impasible arrogancia y pésimos resultados; y que coloca a la estúpida guerra de Vietnam en el centro de un análisis lúcido y equilibrado.

Desde entonces, he simpatizado tíbiamente con alguna ideas tales como el socialismo libertario que él ha defendido y, más aún, con su sólido sentido antibelicista del cual es, por lo que entiendo, una de las voces más documentadas, serias y representativas.

Por suerte, la admiración de una persona que piensa no es (o no tiene por qué ser) un equivalente funcional a ese tipo de fanatismo ramplón con el que es necesario seguir a un partido político. O a un equipo de futbol. Se trata de alguien que propone un conjunto de ideas. No de un equipo de animadoras con pompones y faldas inquietas a quien es preciso adorar para ganar, en su momento, sus lúbricos favores.

Es por ello, precisamente, que no encuentro ninguna contradicción en admirar a Noam Chomsky y rechazar, al mismo tiempo, su antiguo apoyo al régimen tiránico de Pol Pot en Camboya. Es también, por el mismo motivo, que no encuentro ninguna razón para denigrar de las ideas que ya exponía en "American Power" sobre una intelectualidad soberbia y etnocéntrica (refiriéndose a las "mentes brillantes" que, en su momento, congregó la administración Kennedy) por el sólo hecho de reconocer el recorrido reciente que él mismo se ha trazado, incurriendo más o menos en las mismas estupidecez que, en un primer momento, logró señalar en los intelectuales de la socialdemocracia.

Digo esto a propósito de un artículo al que he saltado desde el interesante blog Qaphqa, de Daniel Salas, y publicado en El Comercio, de Perú.

El artículo,(que en lo bueno y en lo malo no tiene desperdicios) va desde la lúcida visión de Chomsky a través de la cual resulta imposile imaginar una democracia basada en el neoliberalismo, idea que uno puede compartir con el sólo hecho de ver la cuestión con un poco de sentido común, hasta otros tópicos más ríspidos que, (allí sí), podría uno considerar como serias amenazas.

Cito el ejemplo que me toca más cercanamente:

Entrevistador: Bush plantea que Chávez es una amenaza para la democracia. Lo ha convertido en un objetivo tan central como en su momento Castro para Kennedy.

Chomsky: No creo que Chávez sea una amenaza para la gente pobre de Boston que está recibiendo gasolina barata. ¿Cómo puede ser una amenaza? ¿Qué puede hacer contra Estados Unidos? Sería una amenaza si fuera el jefe de una mafia y alguien no estuviera pagando su protección. ¿Castro es una amenaza? ¿Va a conquistar Castro Estados Unidos? No. Conocemos la respuesta. Tenemos sociedades libres, tenemos mucha documentación registrada. Podemos escoger no mirarla, pero conocemos el plan con gran detalle. Conocemos los reportes de la CIA y el Departamento de Estado bajo la administración Kennedy y los primeros años de Johnson, (donde se dice que) el mayor problema con Cuba, no soy literal, era su exitoso desafío a la política de regresar a la doctrina Monroe (de intervención en América Latina). Eso no podía ser tolerado, ¿sabes por qué? Pregúntale a tu capo de la mafia favorito. El otro problema para la administración Kennedy, según documentos que ahora son públicos, es lo que Kissinger llamaba "la expansión de la idea de Castro de tomar los asuntos en sus propias manos", lo que podía atraer a otra gente en Latinoamérica a hacer lo mismo. Eso es peligroso para algunos: puede despedazar el sistema. Hubo una amenaza con la crisis de los misiles, sí, pero ese fue el resultado de una masiva guerra terrorista contra Cuba. No vino de la nada. La meta de Robert Kennedy era inundar de lágrimas el territorio cubano.

Difícil solidarizarse con esa línea de pensamiento. Difícil hacerlo, sobre todo, cuando viviendo de este lado del planeta la existencia de "sociedades libres" no implica, necesariamente lo mismo que el acceso del que Noam Chomsky dispone sobre los archivos desclasificados de la administración Kennedy. O la posibilidad de continuar serenamente adscrito en el MIT, conseguir pasaporte, valerse del derecho de un Social Security.

Con pudor, con incomodidad, es preciso decir que en comentarios de este tipo Chomsky no sólo se equivoca, sino que además se hace parte activa de acciones finales que díficilmente correspondan con los valores y creencias en las que, con toda seguridad, cree fielmente.

Es preciso decir que Chomsky actúa de buena fe. Es necesario decir, sobre todo, que allí, en esa sensación optimista de buena fe es donde, precisamente, reside parte importante del problema con el que debemos toparnos a la hora de encontrarnos a intelectuales brillantes y convecidos opinando sobre las noticias de nuestros patios locales.

En una entrevista concedida a Heinz Dieterich, al ser abordado sobre el fastidioso pero decisivo tema de si deben o no participar los intelectuales en el poder, Chomsky respondía:

Eso depende de la integridad del intelectual. Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en la cárcel.

Creo firmemente en la segunda parte: "la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fueras populares que tratan de mejorar las cosas". Me temo que, sin embargo, existen motivos para ser suspicaz ante la primera parte: "eso depende de la integridad del intelectual".

Las posicione de poder van mucho más allá de la integridad, me temo.

Cuando Noam Chomsky reduce el problema del teniente coronel Hugo Chávez a un problema de gasolina barata para los pobres de Boston, Noam Chomsky está apuntando al valor de su integridad, a su moral.

El problema es que, cuando Noam Chomsky opina sobre el favor que le hace el teniente coronel Chávez a los pobres de Boston (que, de seguro, no serán pocos), implícitamente está transformando en sentencia una frase que , en realidad, corresponde con su visión del mundo. Una visión que está basada en su comprensible y justo malestar ante el delirante Bush, en el tácito apoyo a otro demente que se le opone, en el peligro de ordenar la realidad en base a dos polaridades falsas: la derecha y la izquierda, en la imposibilidad de imaginar que el teniente coronel Chávez es algo más que un gasolinero altruista, sino un presidente militarista, poderoso y autoritario.

No es el comentario de un lingüista de casi ochenta años. Es un apoyo tácito de una figura mundialmente relevante por parte de una figura mucho más relevante.

Eso, naturalmente, es una forma de hacer poder. Eso, por desdicha, escapa a la integridad, a la buena fe. Ese es, después de todo, el inmenso peligro de la bondad perdonavidas con la que brillantes intelectuales se sumergen en las tórpidas marejadas políticas.

2 de enero de 2006

Es que son juguetones

Estoy en un ángulo de la sala de una casa amplia, espaciosa, junto a un ventanal, intentando fumar un cigarrillo. Miro una pared repleta de una serie de óleos expresionistas que, calculo, deben tener más de cincuenta años allí. Detallo el gesto de una lámpara de pie, escruto con curiosidad el vestigio de un antiguo equipo de música RCA Victor que aún conserva, intacta, su aguja de LP 45. De tanto en tanto, el movimiento de una mujer hermosa hace que mi mirada viaje hasta ella, se fije en un gesto, un ademán de piel sinuosa. El resto del tiempo me dedico a apoyarme del ventanal, pensar en cosas menudas, mirar los cubos de hielo que se derriten en mi vaso de whisky.

Estoy en eso cuando alguien me palmea en el hombro. Es Chico Müller. Hace ya un rato que le vi reunido en algún otro grupo, evolucionando en amplios movimientos de contorsionista, simulando lo que, desde lejos, parece el desplazamiento de una pesada máquina de carga (trabaja en ciertos asuntos de terrenos). Noto que está flaco, envejecido. Noto, casi sin quererlo, que un flanco de su saco azul pálido se ha quemado por una colilla de cigarrillo. Me sonríe con sus grandes dientes de conejo. Me pide un cigarrillo. Le ayudo a encenderlo.

Gracias viejo, me dice, con otra palmada. (Chico Müller tiene, debe tener, treinta años más que yo. Chico Müller debió ser ya un hombre adulto cuando yo nací. Entonces era próspero, según entiendo. Tenía una esposa, dos hijos, una carrera brillante. Eso, ahora, es sólo un vestigio. De tanto en tanto pide algo de dinero prestado. No mucho, cuestión de alquileres, de aventuras galantes, cosas así).

--¿Qué más?¿Qué me cuentas, viejo? --pregunta, siempre sonriente, solícito.

Pienso, por un instante, que no me interesa conversar con Chico Müller. Conozco su temperamento colérico. Comprendo que Chico Müller es un personaje que padece de un sentido irritante de la digresión, de las acciones rápidas y completamente fútiles. Le digo que estoy bien. Le devuelvo la pregunta. Su rostro se ilumina. Más que bien, viejito, me dice, dándole una calada larga al cigarrillo. Pienso que debe aludir a los negocios recientes. Tengo noticias de ello: algún pez gordo del gobierno bolivariano le ha ofrecido el dudoso beneficio de fungir como su testaferro. Cuestión de firmas, trámites notariales, reuniones periódicas con pequeñas cooperativas de personajes entusiastas como él. Apenas un mordida dentro de una torta inmensa que él jamás conocerá, a la que no será invitado. Aún así, parece satisfecho. Me comenta que compró un carro de segunda mano. La pintura está un poquito descascarada, me explica, pero el motor es el de un Ferrari. Lo dice satisfecho, sin dejar nunca de sonreir.
A lo lejos, un grupo habla en voz alta de cierto acontecimiento con un niño de la calle. Es un tema que Chico Müller detesta. Le fastidia que todo el mundo le recuerde lo que, de todos modos, él sabe: el teniente coronel Chávez prometió quitarse el nombre si en Caracas quedaba un niño de la calle. Ahora hay más, según parece. Niños de la calle, saltimbanquis. Chico Müller sonríe, con un gesto de perdonavidas.
--No soporto a esos escuálidos --me dice, en voz baja--. No quieren ver la verdad. Yo participo en un comité que se reúne con esos niños. Son muy inteligentes. No son niños de la calle, en realidad. Son niños que piden para poder jugar en los cybercafés. Les gusta.
Lo miro. Cuesta imaginar que alguien pueda decir algo así. Chico Müller lo dice. Y lo dice en serio. Pienso que entre las pocas cosas que me interesan en ese momento se encuentra, sobre todo, profundizar en el razonamiento delirante de Chico Müller. Me permito, en todo caso, un chiste fácil.
--Esa vaina también es culpa del Imperialismo --digo, sonriente.
Chico Müller asiente. Lo hace con seriedad, con genuina concentración.
--Es lo que yo digo. Esas son vainas de la CIA. Nos quieren tener así, contralados, sometidos. Tan lindo que son los juegos tradicionales, ponte tú a ver: la perinola, el trompo. Juegos bonitos, educativos. Ah no, pero la CIA intenta someternos con esas vainas. Además en inglés, fíjate tú. El lenguaje de la dominación, de Bush.
Es duro, pero es así: me cuesta creer que hable en serio. Pero sí, habla en serio. Habla absolutamente en serio. Chico Müller está convencido. Lo miro con afecto. No es un mal tipo. Es un fanático. Quizá un imbécil, pero no un mal tipo.
--No sabría decirte, Chico Müller. Yo crecí jugando ATARI --le digo, con una palmadita.
Al hacerlo, no puedo dejar de notar cómo salta al aire una densa nubecilla de caspa desde sus hombreras azul pálido.

1 de enero de 2006

Leer Revistas

Resaca



Es una tontería, naturalmente, pero de unos años a esta parte no puedo dejar de sorprenderme por la intensidad de las celebraciones de año nuevo. Más: por la precisión casi desesperada con la que algunas personas intentan aferrarse a la hora exacta, el segundo preciso donde arranca el nuevo año.

No me gusta fastidiarle la fiesta a nadie con tonterías de sobremesa, pero en esos minutos finales del año, viendo las carreras de las personas por sintonizar la emisora de radio, por hacerse de su ración de uvas, por ordenar a su lado a la familia, suelo pensar en el globo terráqueo, en la línea imaginaria de los paralelos y meridianos. Entonces (a veces uno debe padecer su propia imaginación), se me ocurre ver el mundo como un efecto en ola, a la manera de un stadium, donde millones de convencidos por el ajuste gregoriano saltan en su meridiano, abren botellas, lloran, se abrazan, recuerdan a los que ya no están.
No deja de tener algo de curioso encanto pensar que, de haber seguido el remoto calendario juliano, con todas sus imprecisiones sobre el desplazamiento de la tierra, hoy sería algo así como 21 de Diciembre, o algo por el estilo.
(Es difícil hacer cuentas con dolor de cabeza).

En fin, después de todo, la vida es también un convenimiento. Recorrer un acto arbitrario, aferrarse de una cierta forma de ver la locura. Insistir en ello. Por eso es que se comprende la dificultad de decir palabras tiernas en otro idioma que no sea aquél con el que comenzamos a recorrer el mundo. El lado de la cama, la marca de jugo preferida, el modo como a ciertas horas, uno se aferra a sus supersticiones, imagina un Dios, un modo como nos habla ese Dios.

Desde cierto punto de vista, supongo, vivir el día a día termina siendo un modesto pero ordenado modo de hacer ficción. O drama, claro.